CORTO MALTESE

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El castillo de la Reina Roja se encontraba en medio de las montañas y llegar hasta él no era tarea fácil. Además, el camino era largo. Primero, tuvieron que atravesar la selva, la cual estaba infestada de esos hombres armados. Sara se les adelantó para ir despejándoles el camino, tal y como les dijo. Gracias a sus habilidades ninja, aprendidas en la Liga de los Asesinos, podía moverse silenciosamente entre los árboles y la maleza, los hombres que patrullaban la zona no la veían llegar hasta que era demasiado tarde.

Toni, Archie, Betty, Veronica y Jughead no paraban de encontrarse hombres muertos, dejados a merced de las aves carroñeras, a medida que avanzaban. Unos tenían flechas clavadas, mientras a otros les habían rebanado el pescuezo o, simplemente, se lo habían roto.

– Podría dejar alguno para nosotros –bromeó Veronica.

Archie suspiró.

– Esta Sara no es de las que dan tregua. Me alegro de no tenerla como enemiga.

– Pues reza a los dioses para que no entremos otra vez en guerra con Metrópolis –dijo Betty.

– ¡Callaos! –ordenó Toni en voz baja – Ella dijo que guardáramos silencio.

Durante la marcha, se toparon con varios poblados abandonados que habían sido engullidos por la selva. 

– Aquí vivían nuestros antepasados –dijo Jughead mirando las casas derruidas casi cubiertas por la vegetación.

– Pues es un buen lugar para tendernos una emboscada –dijo Archie mirando en todas direcciones con la mano sobre la empuñadura de su espada.

– No si alguien ya se ha encargado de limpiar este lugar –dijo Betty señalando lo que debió ser el centro del poblado, donde había varias cabezas clavadas en los palos puntiagudos de lo que antes fue una cerca. Las cabezas habían sido cercenadas recientemente y la sangre caía por lo madera.

– ¿Es necesario que Sara sea tan macabra para indicarnos que el lugar está limpio? –preguntó Veronica.

– Las cabezas no son solo un mensaje para nosotros –dijo Betty –, son también una advertencia para ellos.

Jughead soltó unas pequeñas carcajadas.

– Si, ella es muy dada a hacer este tipo de cosas. Oí que, durante la invasión daxamita, mató a varios sicarios de la reina Rhea y le envió sus cabezas dentro de una cesta. 

Continuaron la marcha por la selva siguiendo el rastro de cadáveres que dejaba Sara. Poco a poco, el viaje se les estaba haciendo largo y pesado.

– Deberíamos descansar –dijo Jughead –. Estoy molido.

– Sara dijo que no paráramos hasta que ella nos diga que es seguro –replicó Toni con brusquedad.

– Al menos, comamos algo –continuó Jughead frotándose la tripa –, tengo hambre.

– Hemos traído pocas provisiones –replicó Archie –, hay que racionarlas.

Betty se puso a olisquear en el aire.

– Huelo a carne asada. Alguien ha encendido una hoguera por aquí cerca.

Archie se puso a olisquear también. Tras comprobar que decía la verdad, se puso en alerta.

– Seamos cuidadosos. Es posible que nos hayamos desviado del camino de Sara y queden hombres de esos vivos por aquí.

Desenvainó su espada y los demás lo imitaron. Caminaron cuidadosamente en dirección hacia donde provenía el olor hasta llegar a un claro. Tal y como esperaban, en el centro había una hoguera y, al menos, cinco de esos hombres allí. Pero, estos ya estaban muertos y era Sara quién se encontraba en la hoguera, donde se estaba asando un jabalí.

EL REINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora