Sin amigos Parte 14

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Sí bien la casa era hermosa y la señora Sofía era muy agradable. Cuando comenzaron a pasar los días, me comencé a sentir aburrida. El sitio donde estaba la casa era enorme. Y miraba alrededor y parecía que no vivía cerca ningún vecino. Todas las casas eran grandes, lujosas y de grandes terrenos, pero no se veían personas.

Tampoco había una plaza o un parque dónde se viera niños, era como que solamente vivía gente adulta ahí.

Y de verdad estaba extrañando a Dereck.

Un día la señora Sofía me quedó mirando y me preguntó

— te veo triste y callada Isabel, me puedes contar que te pasa?

— extraño a mi amigo, y aquí parece que no vive ningún niño — le respondí

— entiendo, bueno Isabel por este sector hace años atrás hubo niños, pero ahora ya son todos adultos y se mudaron a sus propias casas. Por eso no tienes con quien jugar o divertirte. Lo que podemos hacer, es concentrarnos en cosas que te diviertan y que también te enseñan algo que te sirva. Por ejemplo, podría enseñarte a tocar el piano. Solo es actividad requiere de mucho tiempo, y con eso se te pasaría los días más rápido. — dijo la señora Sofía

— mi hermana Lucía sabía tocar el piano, pero a mí nunca me enseñaron — respondí

— estás llena de juventud Isabel, estás en el momento justo de aprender todo lo que tú quieras — dijo Sofía

— la verdad sí, me gustaría aprender a tocar las mismas canciones que tocaba Lucía — respondí

Y a partir de esa tarde mis días y mis horas se llenaban de prácticas.

Al principio, me costaba un poco acostumbrar mis manos torpes a la delicadeza que requiere el tocar un instrumento.

Pero me empeñé mucho en acostumbrarme, de alguna forma tocar el piano, me hacía sentirme cerca de Lucía.

Me imaginaba aprendiendo a tocar muy bien, y que Lucía me escucharía desde el cielo, y de seguro se alegraría de que yo aprendiera. Porque yo tocaría para ella. Quería que, con la música, olvidara toda la pena que sintió quizás al estar sola con ese hombre malo. Y pensaba que quizás también nos extrañaba. Entonces la música se volvería un consuelo.

Desde la mañana hasta la tarde se me pasaban las horas los días y las semanas, entre aprender a llevar el compás, aprender a leer partituras, a reconocer con el oído cada nota, aprender a coordinar ambas manos, aprender a llevar el ritmo, entender que cada tecla se pulsa no solo con el dedo sino también con el corazón. Qué la música era una forma de expresar emociones, ideas y palabras.

Que habían existido grandes genios, qué con sus mentes maravillosas, compusieron grandes obras. Que hablaban de temas universales, cómo el amor, la vida y la muerte, la amistad, y la pregunta que se hacen todas las personas, si dios existe, si el cielo es real.

Al tocar el piano me sumergía en un mundo, en dónde incluso, podía dejar salir mi pena. La tristeza de saber que nunca más vería a mi hermana, extrañar a mis padres y a mi amigo. Y hasta la rabia que me daba de que la policía nunca encontró a ese hombre malo que le hizo daño a Lucía.

Comencé poco a poco a ver el instrumento, como una forma de sacar de mi pecho lo que sentía.

Y me empecinaba, con una terquedad inquebrantable, para aprender a tocar correctamente, cada nota, cada pieza musical.

Y la señora Sofía estaba complacida de mi disciplina.

Ella no podía saber lo que yo pensaba ni lo que sentía mi corazón. Ni porque me esforzaba tanto en aprender lo mejor que podía a tocar ese bello instrumento.

Todas eran reinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora