Capítulo Doce: Todos me miran

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Capítulo doce: Todos me miran.

Mérida.

Mantengo en mi caja súper genial al Señor Enrique en tanto una gata persa no deja de verme desde el otro lado del pasillo en donde su dueña le acaricia el pelaje, también me fijo en que la gata lleva una correa que se ve un poco incómoda con incrustaciones de diamantes falsos.

—Oh, mi pobre Cannie, ten paciencia, amor, ya pronto tu doctor te atenderá.

La mujer sexy, mayor y con retoques que le han quedado espectacular, llegó después de mí, me dio una sonrisa amigable y tomó asiento tras hablar con la recepcionista. La sala de espera se encuentra llena, todos con ansias de ver a los veterinarios ya acostumbrados, pero parece que ninguno espera por Dawson, lo que es una pena porque él es realmente bueno en su trabajo y a mí me inspira confianza.

El doctor Angelo Wilson, que atiende a Leona, Perry y Boo, cuando salió y me vio sentada me pregunto con desconcierto si algo sucedía con mis mascotas y después aún más sorprendido cuando le dije que venía por mi pájaro y a ver al doctor Dawson, tengo que admitir que me indigné un poco en nombre de Dawson cuando quiso reafirmar que yo no me equivocaba para decirme que si cambiaba de opinión le avisara  porque yo era una clienta con prioridad (esto debido a que mamá nunca escatima en pagar).

De nuevo dejo la vista en la gata que me ve de forma intimidante y trago apretando más contra mí la caja con el Señor Enrique.

—¿Te gusta mi gata? Se llama Cannie, es de raza y tan elegante —La acaricia la señora y la gata ronronea—. ¿Qué tienes ahí, cariño?

—Es mi pájaro, bueno, no es mío, pero lo estoy cuidando con la ayuda de su doctor —digo con timidez.

—Oh, eres emigrante ¿Eres ilegal? —dice borrando su sonrisa.

A ver, he escuchado a personas hablar de mi acento, me han preguntado de dónde soy y por mi historia que no es dramática cómo todos esperan, pero nunca en cuestión de segundos en una conversación que apenas iniciaba me habían llamado ilegal.

—No soy ilegal —digo con calma—, mi mamá es una importante neurocirujana y otras cosas más que no recuerdo, estoy en este país desde los trece años.

—Ah ¿Y por qué aun tienes el acento?

—Porque no me gusta hablar con un acento pretencioso —respondo y ella frunce el ceño.

Siempre me ha parecido que el acento británico es una cosa súper pretenciosa y molestamente elegante incluso cuando insultan o dicen algo gracioso.

—¿Y de dónde eres?

—Venezuela —respondo sonriendo.

—¿Eso en dónde queda?

—Sudamérica —respondo entre dientes.

—Ah, latina —Me dice viéndome de arriba a abajo—, pero...Eres blanca.

Alguien jadea en la sala de espera y veo alrededor las expresiones de conmoción de algunos para entender qué realmente dijo eso.

—Quiero decir, tienes la piel bastante clara, si no hablas no sabría que no eres de aquí y tengo entendido que las mujeres en Sudamérica son trigueñas o morenas ¡Ah! Y tú eres de dónde son las Mises ¡Claro! Y ellas son...Diferentes a ti —Me vuelve a ver de arriba abajo.

Veo de un lado a otro sin saber qué responder, estoy molesta, sin embargo tengo que admitir que me encuentro algo avergonzada cómo si debiera disculparme por no cumplir con su estereotipo de mujer latina, imagina que escuche que no sé bailar salsa o merengue: se desmaya.

+21 (Libro 2 Saga Inspírame) Disponible en libreríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora