Existen seres inmortales, omnipotentes, con el poder absoluto para hacer su voluntad.
Cuentan las leyendas que alguna vez, uno de esos inmortales, con la intención de instaurar un nuevo orden en el caótico mundo terrenal, creó a doce guardianes encargados de gobernar viento, agua y tierra, en los cuatro puntos cardinales.
Doce guardianes con una simple misión. Unos tontos que incluso antes de terminar su preparación y asumir cargo alguno, más de uno pereció por su ambición o por su torpeza.
Bajo la tutela de seis sabios guías, cuya sabiduría era digna de admirar y podría incluso parecer inalcanzable, sin saber lo que el destino le depararía milenios después, Kirinmaru fue instruido en ciencias astronómicas, matemáticas, lingüísticas, políticas, mágicas y bélicas.
Sin inconveniente alguno, convertido en un intelectual, político y hábil guerrero, Kirinmaru asumió su cargo.
No era tarea difícil resguardar el orden del océano, la vida era pacífica en medio de las aguas. De hecho, no era un ser precisamente sociable, disfrutaba de la soledad y la tranquilidad que todo esto le brindaba.
Por tal motivo su ejército se vio limitado a sólo cuatro integrantes que a lo largo de décadas fue reclutando: Konton, Kyuki, Totetsu, Tokotsu. Su único objetivo era custodiar los alrededores e informarle de cualquier posible problema.
El tiempo transcurría en paz y armonía, los disturbios que desafiaban el orden del que era guardián eran mínimos, por ello se tomó algunos años para navegar y descubrir qué había más allá del vasto mar.
Llegó a otras tierras, tuvo contacto con nuevas culturas, conoció diferentes doctrinas, exploró numerosos países, combatió con poderosos guerreros, se comunicó en diferentes lenguas, probó toda clase de alimentos, incluso fue "apresado" por tribus salvajes.
Conservó siempre, un poco de cada lugar al cuál visitaba. No sólo recuerdos en su mente, sino objetos físicos, escritos importantes, reliquias de gran valor... Y de aquél lejano lugar rodeado por dos océanos trajo consigo un hermoso y preciado mineral.
¿Para qué lo designaría? No tenía un propósito en específico, simplemente lo consideraba un objeto digno de conservar, una bonita decoración por el momento, a la cual algún día podría designarle alguna forma que le hiciera más agradable a la vista.
No había prisa, un tiempo tal vez infinito aguardaba por insignificante decisión.
Viajar por el mundo teniendo la responsabilidad de gobernar los mares a su cargo podría parecer un acto de rebeldía quizá. Sin embargo los disturbios eran menores y terminaban solucionándose en tierra firme. Allí donde el agua y la arena se encuentran, allí terminan sus dominios marítimos y los conflictos dejaban de ser de su incumbencia.
Realmente no había mucho por hacer, y sí un mundo entero por navegar.
Un poderoso Rey, un furioso rival, un amable caballero, un justo gobernante, un pacífico capitán, un sanguinario asesino, un temible demonio, un apuesto forastero... En todo el mar, en diversos países era conocido de alguna u otra manera.
Una longeva existencia deja un margen de tiempo demasiado extenso para pensar en torno a ciertas cosas. A veces la quietud del mar, las titilantes estrellas, el majestuoso firmamento, tanta belleza digna de admirar era pasada por alto. Sus cuatro acompañantes preferían beber y reír por cualquier banalidad.
Probablemente era el hecho de que su formación fue distinta, más estricta, más solitaria. Aunque llegó a conocer todo el mundo, resulta que al final este era su mundo... Sosteniendo algún vino extranjero, solo en la popa, contemplando el firmamento, siendo arrullado por el mar.
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Un destello de luz
FanfictionLa vida del Rey Bestia del Este podría resumirse en dos palabras: batallas y poder. Luego de casi 1500 años Kirinmaru vuelve a Japón para reclamar sus dominios marítimos, pero un inesperado encuentro desencadenará una serie de sucesos que jamás imag...