7. El costo a pagar

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Hay ocasiones en la vida en que uno lleva a cabo acciones arriesgadas sin saber si valdrán la pena o el costo a pagar será elevado.

Casi dos años habían transcurrido desde aquél suceso, desde aquél horrendo día en que tuvo que abandonar el pueblo donde nació y creció, dejando atrás muerte y destrucción causadas por un conflicto que realmente no comprendía, en el que nada tenía que ver y sin embargo tanto ella como muchos más debían pagar las consecuencias.

Dicen que la vida de todo un país cambió radicalmente y eso no era algo que la alegrara. Pensar en tantos hombres reclutados que fueron obligados a pelear y que ahora seguro están muertos. Mujeres que debieron buscar la forma de sostener su hogar, niños huérfanos que ahora están solos con frío y hambre.

Lamentablemente no todos corrían con suerte, porque Jin cree haber tenido suerte.

Kimura no era tan malvado y grosero después de todo. Resulta que él y su familia viven en este lugar y trabajan para el Emperador. Sus padres son personas muy amables, y su madre realmente parece una figura de porcelana, tan impecable y correcta siempre, y con manos delicadas y laboriosas que bordaban y pintaban las figuras más hermosas.

Quiso ser su aprendiz pero... bueno... supone que los dioses no la favorecieron realmente.

Quizá se les olvidó poner un poquito de talento en ella.

Dejando de lado tal desgracia, gracias a que su familia es muy servicial al Emperador, Kimura y sus padres intercedieron por ella y gracias a ellos ahora tiene un trabajo sirviendo en el Palacio del Emperador Fusahito.

Si bien no es la cosa más divertida del mundo, al menos tiene la certeza de aquí se encuentra más segura que en cualquier pueblo, que recibirá un pago y que no pasará tantos días sin probar alimento.

¡Todo era maravilloso! Hasta probaba frutas de vez en cuando.

Bueno... Realmente no... Si era un poquito terrible.

Asear los pisos del palacio, dejarlos relucientes, mantener el polvo alejado de los objetos que valían más que su vida misma, barrer las hojas secas del patio, del otro patio y del otro, lavar los utensilios de cocina, todo eso era sencillo.

Lo horrible era que la obligaban a ciertas cosas que no le eran agradables.

Cosas que siempre se cuestionó por qué debían ser así, cosas que deseaba nunca hacer, y que ahora debía cumplir al pie de la letra en la medida de lo posible.

Como regla principal debía estar callada todo el tiempo, no debía hablar, decir nada, casi que ni respirar en presencia del Emperador. Tampoco debía mirarlo, ni levantar su rostro por ningún motivo. ¡Era terrible! Llevaba casi dos primaveras viviendo aquí y no tenía idea de cómo era el rostro del Emperador.

Además siempre debía mantener sus ropas impecables y eso era la cosa más imposible del mundo entero. Siempre tenía que pasarle algo: se derramaba algún líquido, por ir distraída pisaba algún charco, el polvo que se levantaba mientras barría la ensuciaba, incluso en alguna ocasión cuando creyó que al fin estaría limpia por dos días consecutivos, un ave hizo sus gracias sobre su ropa.

Era extremadamente raro el día en que no recibía alguna sanción, castigo o golpe por no ser perfecta como las otras muchachas que trabajaban para el Emperador.

Honestamente no sabe aún si ella es demasiado torpe o si el ama de llaves realmente la odia.

¿No podía ni siquiera ahora, apiadarse un poquito de ella?

Precisamente hace unos días la dejaron sin comer por haber estornudado mientras cambiaba las flores del espacio donde el Emperador trabaja sus papeles y letras. Claro que llamó su atención con tal estruendo y eso no agradó para nada a la mujer que se encarga de ordenar y vigilarlas. ¿Por qué no hace las cosas ella?... Afortunadamente en esa ocasión vio a Kimura más tarde y éste le regaló una manzana que comió al anochecer, de no ser así hubiera muerto de hambre. Tanto trabajo y sin comer.

Un destello de luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora