Completamente seguro que Jin bebió demasiado tuak, Kirinmaru retira su máscara, algo desconcertado por las expresiones en el rostro de Jin. ¿Es que acaso está ebria? ¿Cuál es la tolerancia humana al alcohol? ¿O es que acaso es la primera vez que lo ingiere?
Jin puede notar muy perfectamente cómo es que hay una marca en su rostro, mejor dicho en su mandíbula, mejor dicho en su cuello.
Lo que dijo el señor de los cuernos, lo que dijo la señorita Kyuki, esas bailarinas, la tela que el señor Kirinmaru lleva consigo.
Sin entender muy bien por qué, Jin siente un estallido de emociones dentro de si. Está confundida, triste, de pronto molesta, ¿celosa?
Ella misma pensó que tal vez el señor Kirinmaru se sintiera de mejor ánimo al ver otra danza, pero ahora desea no haber deseado eso.
Le duele la cabeza y no sabe si será a causa de algún nuevo recuerdo, se siente mareada, tiene ganas de llorar y no entiende bien por qué le ocurre todo esto, pero cree que lo mejor es retirarse, estar sola, llorar y sufrir el dolor de cabeza acostada antes de que pueda desmayarse otra vez.
—Yo... Debería ir a descansar un rato más— dice Jin antes de dar media vuelta y retirarse al camarote, caminando lo más rápido posible.
Está demasiado sorprendida, desconcertada, confundida, y no quiere que él la vea así y la cuestione pues no sabría qué decirle, ni ella misma lo entiende ni sabría explicarlo bien.
Esa marca en el rostro del señor Kirinmaru, era sin duda de esa tinta roja que las mujeres usaban en los labios... Si, sin duda alguien besó el cuello del señor Kirinmaru, y seguro se trajo ese manto para no olvidarse de esa persona.
Kirinmaru sólo la observa retirarse, sin entender por qué de repente palideció mientras su rostro se llenaba de una especie de terror.
¿Qué demonios ocurrió ahora?
¿Es que nuevamente estarán viajando en el mismo navío sin verse y evitándose a toda costa?
Jin al fin extiende su mano, tocando la manija de la puerta, girándola levemente e ingresando al camarote, apoyándose por un instante en la puerta como si de esa manera pudiese evitar cualquier desenlace fatal.
Toma aire y cierra la puerta, pensando un instante si está haciendo lo correcto... Bueno, nadie se dará cuenta ¿verdad? Así que coloca el seguro para que nadie pueda ingresar.
Con un gesto de tristeza da media vuelta, dispuesta a lanzarse a la cama a llorar por ese dolor de cabeza, pero su tristeza se transforma en una especie de terror. ¡No puede ser!
¿Por qué el señor Kirinmaru está allí?
¿Cómo? ¿En qué momento?
Es que seguramente él iba tras ella y ese breve instante que ella se apoyó en la puerta él lo aprovechó para ingresar sin hacer ruido... No se le ocurre nada más.
¿Y ahora? No quiere decirle que se siente triste por ese beso que lleva en su mejilla, por que al fin y al cabo es algo que ella deseó, claro sin ponerse a pensar en los detalles de lo que podría ocurrir, en el hecho de que él estaría la noche entera abrazando a una de esas bailarinas, que seguro se despidió de él dándole un beso, y él le dio otro, prometieron volver a verse pronto y para que él no la olvidara le regaló ese manto.
¿Y él qué le regaló?
Con un gesto de inconformidad voltea a ver su obi, sus muñequeras, sus botas... Parecía llevar todo consigo, aún así... ¡Ay por todos los mares!
Cuando giró su rostro a ver el de él se dio cuenta que él la está observando fijamente y esto la hace sentir en pánico total, ¿Cómo puede aterrarla tanto con un sólo ojo?
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Un destello de luz
أدب الهواةLa vida del Rey Bestia del Este podría resumirse en dos palabras: batallas y poder. Luego de casi 1500 años Kirinmaru vuelve a Japón para reclamar sus dominios marítimos, pero un inesperado encuentro desencadenará una serie de sucesos que jamás imag...