No solía viajar a menudo; más bien casi nunca. Pocas veces salía de Londres y jamás había pisado fuera del país, pero a pesar de su inexperiencia en la materia a Margo le gustaba salir en coche y recorrer más allá de lo que estaba acostumbrada a ver en su cotidiana vida.
El camino hasta la casa de sus padres fue un largo trecho, pero no le resultó tedioso ni aburrido. Cambiaba la música cada vez que se aburría de las canciones que pasaban, abriendo interesantes debates con Henry acerca de los gustos musicales de ambos. Las bandas y solistas que sonaron fueron muy diversos en género y estilos por lo que en ningún momento se agobiaron de oír siempre lo mismo.
Cuando sus oídos ya se agotaban de las melodías, sintonizaba alguna emisora local con noticias, ya sea de ímpetu nacional e internacional, o tan solo para corroborar que el clima no cambiase de un momento para otro y dificultara el viaje en coche; habían salido en la madrugada del sábado aun cuando las estrellas pintaban el firmamento con diminutos y parpadeantes puntitos y solo a mitad de camino comenzó a amanecer. El cielo estaba limpio, y aunque fresca en un inicio, la mañana pronto comenzó a calentarlos. La primavera, finalmente, había arribado.
Si no era hablando con Henry, Margo se perdía en el paisaje que le mostraba la ventanilla del coche. Los edificios altos e iluminados fueron escaseando minuto a minuto, hasta convertirse en ciudades más pequeñas, hasta convertirse, una vez más, en campos y bosques salpicados con pequeños pueblos que jamás había visitado a pesar de estar camino a casa de sus padres.
Ellos vivían en un pueblo parecido a los tantos que cruzaron, donde antaño habían vivido sus abuelos antes de que fallecieran. Habían ido allí poco después de que Margo ingresara a la universidad para cambiar de aires; la casa no era muy grande pero era cálida y siempre traía buenos recuerdos... el terreno en que estaba edificada en cambio sí era grande, colindando con un bosque al fondo dueño incluso de un pequeño estanque donde solía ver nadar pequeños peces cuando era pequeña. Esperaba poder llegar y encontrarlos una vez más.
Arribaron a media mañana y sus padres ya estaban en la puerta inundados de emoción mientras sonreían ante su llegada.
—¡Mamá, papá!
Apenas Henry hubo detenido el motor de su coche Margo prácticamente se había lanzado del vehículo para correr a los brazos abiertos de sus padres. Los estrechó con fuerza como intentando trasmitirles cuánto bien les hacía verlos pudiendo a su vez deleitarse con el aroma nostálgico que los envolvía.
En efecto, visitarlos no era lo mismo que cuando ellos iban hasta Londres.
—¿Qué tal les ha ido en el viaje? —Charles estrechaba en un abrazo menos cariñoso a Henry que ya había bajado y cargaba con los pequeños bolsos de ambos para aquellos dos días que pasarían lejos—. Ningún imprevisto, imagino.
—Nada más una copilota que cambiaba demasiado a menudo la estación de radio.
Le sacó la lengua y sosteniendo el brazo de su divertida madre caminó directo a la casa.
Era más grande que en la que vivían en Londres, y mucho más diferente también. Casi por completo hecha de madera, contaba con la planta baja y el primer piso, donde estaban ubicadas las cuatro habitaciones con las que la vieja edificación contaba. La cocina era amplia con una gran mesa redonda en el centro, y en el living, un hogar apagado ocupaba gran parte de una de las paredes; a su alrededor un juego de sillones completaban la escena.
Margo miraba el sitio con nostalgia. Le recordaba demasiado a sus años de niña, cuando viajaba a ver a sus abuelos y pasaba largas temporadas con ellos, leyendo frente a aquel hogar, pescando en el estanque o simplemente recostada en el tejado viendo las estrellas mientras jugaba a ponerles nombre.
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En cuerpo y alma
RomanceMargo Parryl se siente regocijada con la vida que lleva. A pesar de haber sido abandonada de bebé, encontró el amor en la maravillosa familia que la adoptó: sus padres y su hermano Henry son lo más preciado que tiene. En una época de cambios, donde...