Hacía mucho tiempo también que no había visto ni hablado con Elizabeth. Margo había tenido tantas cosas en la cabeza en las últimas semanas que poco se habían comunicado, más allá de pequeños mensajes en donde se preguntaban la una a la otra como estaban. Su amistad, para su suerte, no se basaba en la cantidad de notificaciones que intercambiaban o los cafés que consumían juntas en la semana; era una conexión invisible que las unía a través de tiempo y distancia y que ambas sabían se mantendría en pie pasase lo que pasase.
A pesar de todo extrañaba a su mejor amiga, y en cuanto tuvo un pequeño hueco en su hora de almuerzo que coincidiese con el de Beth, no dudó en invitarla a un breve paseo por la ciudad aunque fuese de contados minutos.
Beth, a diferencia de Margo, ni siquiera había tenido tiempo de almorzar, por lo que aprovechó la ocasión para comprar un bocadillo de paso en una panadería que, si bien no cubriría sus necesidades nutricionales como un almuerzo debido, al menos le quitaría el hambre hasta que acabase su turno en la clínica y pudiese volver a su departamento a comer como Dios mandaba. A Margo siempre le había resultado divertido e intrigante el apetito voraz de su amiga, siendo que, sea el momento que fuese del día, ella siempre tenía hambre.
—No puedes culparme —respondió cuando pronunció su pensamiento en voz alta—, quemo demasiadas calorías con los pacientes, con los residentes y ni te cuento con los profesores a cargo. ¡Todo sea por obtener el maldito título!
—Cada vez estás más cerca —animó—. En un parpadeo ambas seremos tituladas y podremos liberarnos de las responsabilidades universitarias que tantos años nos han perseguido.
Era un pensamiento que recurría cada vez más seguido a su cabeza debido a la proximidad de su examen para la defensa de su tesis. Aún la fecha no era exacta, pero en sus tiempos libres y para ayudar a despejar su mente, se sentaba largas horas para estudiar y repasar lo que ya parecía saberse más que de memoria. La idea de saber que en meses ya nada de eso la perseguiría le traía un gusto agridulce a la boca.
Beth había terminado su bizcocho y paradas en una esquina esperando que el rojo diese paso a los peatones, señaló un pequeño banco al costado de la acera disponible para que se sentasen unos minutos. El lugar en pleno centro citadino no traía la tranquilidad de un parque, pero no tenían el tiempo suficiente para buscar uno mientras se intentaban poner al día.
—¿Cómo ha ido todo con Karen? —preguntó Beth relamiendo los restos de dulce de sus dedos, costumbre que nunca se le había quitado desde que era pequeña—. ¿Sigues viviendo con ella?
En un relato rápido por mensajes Margo le había contado su cambio repentino de vivienda pero sin dar demasiados detalles de las verdaderas razones que la habían lanzado a tal cambio. Beth tampoco se mostró demasiado curiosa, aunque sí le intrigaba lo que representaba ese cambio drástico de rutina en la vida de su amiga.
—No puedo quejarme. Es algo extraño todavía y no termino de acostumbrarme, pero tampoco es como si conviviéramos demasiado como para que surjan problemas; nuestros horarios apenas coinciden por lo que casi no nos vemos —explicó en líneas generales lo que había sido su último mes—. Esta mañana salió de viaje por una semana, así que estaré sola unos días.
—¡Fiesta loca! —bromeó Beth en memoria de sus épocas adolescentes y lo que significaba tener la casa sola. En la actualidad representaba descanso y horas de placentero silencio.
—Ya te llegará la invitación.
—¿Y Henry como se ha tomado el cambio de rutina? —preguntó retomando el tema principal de la charla—. Debe haber sido difícil que de pronto la hermana ruidosa desapareciera del radar.
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En cuerpo y alma
RomanceMargo Parryl se siente regocijada con la vida que lleva. A pesar de haber sido abandonada de bebé, encontró el amor en la maravillosa familia que la adoptó: sus padres y su hermano Henry son lo más preciado que tiene. En una época de cambios, donde...