Un mes.
Un mes completo había pasado y aún el dolor seguía tan palpable como si tan solo hubiera parpadeado un instante durante aquella fatídica noche junto a Henry y sus padres.
Un mes en el que no había sido lo suficientemente valiente como para remediar las cosas.
El vaso de café colocado en su escritorio estratégicamente al alcance de su vista la distrajo lo suficiente de su computadora para notar que, no solo la bebida, sino Joanne estaban allí requiriendo de su atención. La veía con cierta preocupación, como venía observándola desde hacía un par de semanas atrás.
—Deberías descansar unos instantes, Margo.
—Estoy bien.
Joanne suspiró, y tomando una silla de un escritorio cercano, ocupó un lugar cerca de ella.
—No lo estás, y sé que has estado tratando de hacérmelo creer desde hace muchos días —sentenció—. No soy una persona cercana como para que me cuentes tus intimidades, pero al menos quisiera poder ayudarte a que te distraigas un poco.
—No tienes por qué preocuparte —restó importancia dándole un sorbo al café que le había traído.
—Esta semana has almorzado porque yo te he traído la comida al escritorio —dijo—. Apenas te levantas, pareces hipnotizada por el trabajo; si buscas que éste lugar sea el escape de tus problemas acabarás peor amiga.
Margo desenfocó la vista de la pantalla de su computadora notando que habían pasado cuatro horas desde la última vez que había mirado el reloj. Ya casi era hora de salida, y a pesar de haber estado sumergida en sus tareas laborales nada lograba dispersar ni tranquilizar su mente. Todo cuanto hiciera le seguía evocando a Henry, su ruptura y a sus padres.
Tal vez admitir el problema haría que fuese más sencillo.
—Han sido días complicados —confesó despacio con temor a romperse—. Solo busco distraer mi mente con otra cosa y lo mejor que encontré fue el trabajo.
—¿Tan malo ha sido como para que te tenga así?
Joanne la miraba con ojos comprensivos y amigables, mostrándole que tenía en quien apoyarse y en quien confiar aunque no fuese a confesarle la verdadera raíz de su problema. Era aquello lo que Margo necesitaba, alguien que la oyera y no la juzgara, alguien que le dijera, aunque fuese una ilusión, que todo iba a estar bien.
—He discutido con una persona demasiado importante para mí —explicó—; me ha lastimado y yo lo he lastimado a él y a pesar de que quizás suene a tontería, muchas veces siento como si fuese el fin del mundo.
—Nadie es quién para juzgar si los problemas de una persona son tonterías o no. Lo que para uno es una pequeñez para otros es una catástrofe, y no hay nada de malo con eso, ¿pero sabes qué es lo que te diré? Que a pesar de todo lo malo que nos pase, ya sea un problema en el trabajo, una ruptura amorosa o la pérdida de un ser querido, nada de eso es verdaderamente el fin del mundo incluso si así lo sentimos, y eso es porque tenemos la capacidad de sanar.
Margo entendía que posiblemente Joanne tenía razón, sin embargo, y en efecto, no se sentía así.
—¿Cómo haces para sanar cuando te sientes demasiado roto por dentro?
—Resiliencia —respondió—. No hay nada que el tiempo no cure. Aún y cuando estemos hundidos en el más profundo abismo siempre encontramos la forma de salir a flote. Solo queda en nosotros tomar la experiencia y transformarlo en un aprendizaje.
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En cuerpo y alma
RomanceMargo Parryl se siente regocijada con la vida que lleva. A pesar de haber sido abandonada de bebé, encontró el amor en la maravillosa familia que la adoptó: sus padres y su hermano Henry son lo más preciado que tiene. En una época de cambios, donde...