Capítulo 18

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Solo cuando sintió los suaves y acolchonados labios de Henry sobre los suyos supo que los había extrañado en demasía. Su necesidad de él se vio reflejada en la ferocidad con que lo besaba, pero nada de eso importaba verdaderamente cuando él mismo le correspondía con la misma fuerza.

No hizo falta nada más para olvidarse de todo como si de un recuerdo lejano se tratase; olvidaron la cena y el paseo en la noria, Margo dejó olvidado su libro dentro de la cartera lanzada hacia alguna parte de la casa, así como Henry perdió interés en su saco empapado en el suelo.

Pero fueron ambos quienes olvidaron sus palabras varios días antes, aquella promesa que habían intentado mantener en pie y no corromper. Pero al final y al cabo las palabras se las llevaba el viento, y solo podían hacer caso a sus sentimientos que tiraban hacía el otro con tanto magnetismo que era imposible resistirse.

La lengua de Henry se abrió paso entre sus labios y se aventuró a su húmeda cavidad siendo bien recibida. La saboreó como el más dulce de los elíxires y se sintió derretir mientras sus manos también se aventuraban por su mojada espalda. Jadeó repentinamente y se apretó más a su cuerpo. Deseaba sentirlo, memorizar sus formas, sabiendo que tal vez aquel momento ocurriría una sola vez.

Sus defensas habían sido derrumbadas como muros de papel; su piel, sensible y anhelante de su tacto. Sin intención de quedarse atrás, recorrió con sus manos todo lo que tenía a su alcance. Sus hombros fuertes, su espalda ancha, la suavidad de su cuello y la sedosidad de su cabello ondulado y mojado. Cuando se posó sobre su pecho se sintió atrevida, y con extremo cuidado y pendiente de su reacción, empezó a desabotonar su camisa.

Henry interrumpió el beso y la miró con fiereza. Allí en sus azules irises podía ser el deseo y la lujuria palpables.

Creyó que la detendría, que la duda volvería a apoderarse de su mente y la dejaría botada en la sala, pero contra todo pronóstico volvió a devorar sus labios robándole suspiros y acrecentando aún más su necesidad.

Terminaría por volverse loca esa noche.

Sus labios y lengua sabían a menta y Margo pensó que aquel sería su sabor preferido a partir de ese día. Sentía como le hacía el amor a su boca y cómo ella misma correspondía aventurándose en los rincones que tantas veces había deseado saborear.

Un segundo estaba de puntillas en el suelo intentando compensar la diferencia de altura entre ellos; al siguiente se sentía flotar, con las grandes manos de Henry en sus muslos y sus torneadas piernas abrazándose a su cadera como si su vida dependiera de ello. No estaba lejos de ser así de cierto.

Lo sintió caminar, pero no podía afirmarlo con total certeza, demasiado concentrada en los besos que le repartía en la boca y las mejillas y siendo receptiva por completo al contacto estrecho de sus cuerpos. Las ropas estaban casi en su lugar, pero eso no le impedía sentir el ardor de su piel quemándole.

Llegaron a la habitación de Henry en un parpadeo y sin un solo tropezón durante el trayecto. Él permitió que apoyara sus pies con delicadeza sobre el alfombrado suelo, y los besos, antes hambrientos se transformaron en caricias tiernas y dulces lo cual resultaba en cierto grado más tortuoso.

Se miraron a los ojos impresos de excitación por largos segundos, ambos jadeantes, intentando recuperar el aliento perdido por tantos besos repartidos. Margo estaba segura que si no fuera por el agarre de Henry sería capaz de derrumbarse allí mismo, culpa de sus piernas tambaleantes.

Las palabras no fueron necesarias. Margo tomó la iniciativa de finalmente quitarle la molesta camisa azul que tan bien le quedaba y que no había podido hacerlo antes. Los botones habían sido removidos, pero la tela aún se pegaba a sus hombros, brazos y espalda, y ella quería toparse con su piel. Se mordisqueó el labio inferior en su tarea a sabiendas de que los ojos lujuriosos de Henry no perdían detalle alguno de su accionar; no dijo nada, pero se dejó hacer.

En cuerpo y almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora