Capítulo 20

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—Margo.

Su nombre sonó fuerte y claro. Joanne la observó por encima del monitor de su computadora y ella tragó grueso sin saber qué era lo que la esperaba con aquel tono autoritario y marcado que siempre usaba aquella mujer para llamar la atención de los empleados.

—Sí, señora Collins.

Se giró sobre su propia silla y la enfrentó. De tacones rojos y pantalones ajustados negros, con una camisa rosa que remarcaba la curva de su pecho y dejaba a la vista su largo y blanquecino cuello. El cabello como siempre atado a la perfección sin que un solo mechón escapase de su atadura, y en su rostro no había otra cosa más que estoicismo.

Era prácticamente imposible, bajo cualquier circunstancia, saber qué pasaba por la mente de Clarise.

—Necesito que te acerques a mi oficina —dijo. Nunca pedía, siempre demandaba—. Antes de que te retires a almorzar de preferencia.

—Claro, enseguida estaré allí.

Apenas escuchó su respuesta se retiró elegante con el traqueteo típico de sus zapatos que siempre la acompañaba y que pertenecía ya a su marca registrada.

Margo respiró profundo y se preguntó qué sería de lo que quería hablar Collins con ella. Desde que había reingresado a la editorial apenas y hablaban, y esas ocasiones eran únicamente para saludarse con cordialidad. Ya no era su secretaria y tampoco parecía tener interés en el seguimiento de su trabajo como antaño, aunque de cierto modo se sentía más relajada por eso.

—¿Tienes idea de qué querrá?

Joanne había sido la única testigo, o al menos la única que no disimuló en presenciar el intercambio de palabras, por lo tanto era quien podría llegar a tener una respuesta más clara para darle.

Para su desgracia, negó.

—No sospecho que pueda llegar a ser —se limitó a encogerse de hombros y observarla de modo tranquilo—. No debe ser nada malo; no haces nada malo. No te persigas ni te hagas ideas antes de tiempo. Tienes la manía de darle demasiadas vueltas a asuntos simples.

Siempre era más sencillo decirlo que ponerlo en la práctica. Margo no era de las personas que se mordían las uñas ante una situación de intriga y ansiedad, pero debía aceptar que estuvo tentada a hacerlo en más de una ocasión en los quince minutos que precedieron al petitorio.

El reloj le indicó que todavía era temprano para su hora de almuerzo, y sin embargo optó por ir lo más pronto posible junto con Clarise y poder quitarse la duda de encima. Sí había cometido algún error sería mejor enterarse pronto y poder corregirlo; si quería elogiarla, respiraría tranquila el resto del día y dejaría de quemarse los sesos con conjeturas erróneas.

Su compañera de trabajo como siempre la alentó antes de que se levantara, y haciendo ejercicios de respiración para controlar sus nervios, se encaminó hasta la oficina vidriada del último piso donde alguna vez había estado trabajando durante lo que parecían interminables horas.

Llamó a la puerta y rápidamente Clarise la hizo pasar.

El sitio no había cambiado en lo absoluto, todo permanecía igual de impoluto y refinado tal como lo era su ocupante diaria. La estancia tenía un tenue aroma a cítricos y el silencio era tan arrollador que Margo sospechaba que se podían oír sus propios latidos con claridad. Clarise no era una persona que trabajara con música y conversación amena de por medio, más bien acostumbrada a los silencios sepulcrales, todo lo contrario a ella misma.

En cuerpo y almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora