Quien dijera que la vida universitaria era una época fácil y llevadera, había mentido descaradamente.
Margo Parryl era testigo en carne propia de que aquello era una total falacia inventada por alguien que, claramente, jamás había pasado por esa etapa en su vida. Según ella, y como le gustaba decirle a todas las cosas que le ponían la vida patas para arriba, la vida universitaria había resultado ser una verdadera perra.
La realidad era que ser estudiante universitario, cualquiera fuesen los estudios escogidos, era una carrera contrarreloj. Eran años complicados, donde las responsabilidades aumentaban, pero no así el tiempo para poder estudiar como poseso. Los semestres se debían dividir en partes equitativas entre permanecer encerrado estudiando y mantener una vida social relativamente activa para no perder por completo la cordura; los valientes, incluso, se animaban a encontrar trabajos de medio tiempo.
Los días eran interminables y a la vez demasiado cortos: las horas nunca parecían suficientes, pero igualmente se contaban los minutos con impaciencia para poder simplemente recostarse y tener la mente en blanco por un momento. Plantearse en cómo sería vivir en un planeta como Venus, donde los días duraban cinco mil ochocientas treinta y dos horas, era quizás una práctica extraña, pero común en varios estudiantes.
Las bibliotecas y salas de estudio eran como una segunda casa; los compañeros de clase, una segunda familia. El café era la bebida por excelencia, aquella sin la cual no se podía sobrevivir el día a día. Los refrescos con cafeína e incluso las bebidas energéticas también formaban parte de la dieta diurna -y nocturna- típica de universitario.
No hacían falta gimnasios ni salidas mañaneras para correr, al menos desde el punto de vista de Margo. Llegar a sus clases puntual era su maratón diaria, sumándole el peso de los materiales de estudio que cargaba, era rutina suficiente para tener su cuerpo en forma, al menos hasta que encontrara el tiempo suficiente para salir a andar en bicicleta por el barrio sin la presión de los horarios.
Los apuntes eran quizás la parte más complicada de todas.
Tenerlos en físico para Margo era una maravilla: podía resumirlos, hacer anotaciones y subrayarlos sin tener el más mínimo de los problemas; para ella no había nada mejor como tener contacto con el papel. La parte mala era lo complicado que a veces resultaba trasladarlos sumándole el peso extra; sin mencionar también cuando debía agregar libros o ensayos propios de su licenciatura en letras modernas.
Caótico.
La maravilla moderna para evitar esa desventaja residía en los archivos digitales: no ocupaban espacio, eran fáciles de compartir, y en un aparato tan común como un celular o una tableta podías tener miles de millones de libros, sin exagerar. Si quedabas ciego a las tres de la madrugada por demasiadas horas frente a la pantalla con un brillo bajo pero asesino era un problema menor. Sí, claro.
Todo tenía su lado bueno y lado malo, como todo en la vida.
A pesar todo, Margo no se arrepentía de sus horas invertidas en la universidad. En su futuro.
Además de sumergirse en una carrera que con el paso de los años amaba cada vez más, se había cultivado no solo de conocimiento sino también de amigos. Era una joven bastante social a pesar de tener poco tiempo para salidas; tenía amigos que estudiaban leyes y otros, ingeniería. Su mejor amiga, incluso, se encontraba realizando sus prácticas odontológicas en una clínica cercana -donde, cabe destacar, había encontrado el amor-. Sin embargo ella encontraba especial interés en sus propios compañeros de clases.

ESTÁS LEYENDO
En cuerpo y alma
RomanceMargo Parryl se siente regocijada con la vida que lleva. A pesar de haber sido abandonada de bebé, encontró el amor en la maravillosa familia que la adoptó: sus padres y su hermano Henry son lo más preciado que tiene. En una época de cambios, donde...