Capítulo 24

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No había tenido tiempo suficiente para volver a su casa a cambiarse y ponerse más presentable para la ocasión. Pero la ansiedad de Margo había sido más fuerte que ella misma y las palabras las había pronunciado sin darse tiempo a pensar demasiado. Tampoco quería aplazar aquella conversación, y creyó conveniente hacerlo lo antes posible para así poder serenar su fuero interno.

Karen, cuando la vio, ni siquiera se inmutó en su aspecto.

Habían escogido un restaurante informal de dos pisos en una avenida secundaria a varias calles del pleno centro londinense. Los comensales eran tan variados que Margo supo al instante que pasarían desapercibidas, sin ojos acusadores o sonrisas burlonas por sus jeans desgastados y sus zapatillas blancas poco interesantes. Karen se veía igual de cómoda que ella, sin trajes ni zapatos altos, vistiendo casi tan sport como Margo misma, aunque creía que a su hermana le sentaba mejor.

Cuando en un arrebato la había llamado esa misma tarde, no esperó alegrarse tanto ante el notable tono emocionado con que le respondió Karen. Se sintió contagiada sobremanera, observando con ansias el reloj para que las manecillas avanzasen más rápido si fuera posible, a la espera de poder finalmente reencontrarse.

Supo, en cuanto la vio, que la había extrañado en demasía, más de lo que habría creído y no pudo ni quiso evitar que la sonrisa le aflorase en sus labios siendo igualmente correspondida por ella. Y sin embargo había algo entre ambas que todavía no cuadraba bien, lo notaba por la tensión en el aire, los continuos carraspeos y la falta de elocuencia que caracterizaba sus antiguas conversaciones. El remedio para eso, sabía Margo, era que debía plantar las cartas sobre la mesa y finalmente disculparse, siendo muy probable que entonces así todo volviese a la normalidad.

Sentada allí frente a la mesa sentía que estaba ante su propio reflejo. Le era imposible creer que tan ciega había estado para no ver los pequeños detalles que hacían a la diferencia; el color de cabello y de ojos, la forma de su rostro e incluso los mismos gestos al hablar... eran tan parecidas que solo Margo no había notado aquella similitud.

Ahora también compartían cierto gesto cansino y oscuras ojeras bajo sus almendrados ojos, producto, creía con razón, de las mismas inquietudes que la intranquilizaban por la noche.

—Aquí preparan una lasagna y unos manicottis que son una exquisitez —pronunció Karen mientras ambas ojeaban el menú.

Margo era ciertamente fanática de la pasta y al instante se vio tentada.

—Nunca probé manicotti —concedió mientras iba a la sección correspondiente en el menú y veía los ingredientes de dicho plato—. ¿Son tan buenos como aquí dice?

—Créeme, no te arrepentirás.

Al final ambas escogieron el mismo plato, tentadas por el menú y por la conversación, y lo acompañaron con un Sauvignon Blanc el cual no tardó nada en llegar para hacer la espera más amena. El sabor levemente ácido del vino, la suave música que sonaba de fondo, el murmullo de las personas y la presencia de Karen hicieron que Margo sintiese que estaba flotando entre las nubes.

—¿Cómo has estado?

Fue la misma Karen quien la sacó de su ensoñación y la hizo volver a poner los pies sobre la tierra. La pregunta no tenía ninguna segunda intención disfrazada, pero si notaba verdadero interés en la respuesta.

—Han sido unos días complicados a decir verdad —relató sin ahondar en demasiados detalles pero dando la información justa—. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, demasiado en que pensar y no sabía cómo lidiar con todo al mismo tiempo.

En cuerpo y almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora