Helena caminaba por el Campamento Mestizo, cargando con un ramo de flores. El resto de semidioses le dedicaban una sonrisa encantadora cuando la veían. Sin embargo, en cuanto notaban las flores todos entendían a dónde iba. Ya habían pasado cuatro meses desde el final de la batalla del Olimpo... Cuatro meses desde la muerte de Dante. Obviamente el mundo había seguido girando. En el Campamento Mestizo todo había vuelto a la normalidad. Habían llegado muchos campistas nuevos, y a pesar de que el verano ya había acabado, había bastante actividad.
Al llegar al centro de la zona de las cabañas se detuvo un segundo contemplando la cabaña número dos, Poseidón. Ahora mismo Percy debía de estar en clase en su instituto de Manhattan. Después de salvar el mundo entero el chico había decidido acabar sus estudios para poder asistir a la universidad. Según él, estudiaría algo como biología marina o surf. No iba a ser ella la que acabase con sus sueños de surfero. Menos mal que tiene a Annabeth, pensaba siempre que lo veía hacer o decidir alguna tontería.
Hablando de la hija de Atenea, ella estaba bordando sus estudios a la vez que ayudaba con la reconstrucción del Olimpo. Ahora mismo estaba en San Francisco, en casa de su padre. También había hecho los diseños para las nuevas cabañas que estaban construyendo ahora mismo.
Se quedó allí en medio, con la mirada vacía hasta que alguien se le acercó - Son preciosos... - dijo Clarisse con una suave sonrisa - Seguro que le encantarán -
Helena observó los lirios blancos con los que cargaba - Dante no era el tipo de persona que tiene una flor favorita dijo ella con una sonrisa triste- Pero eran los favoritos de su madre -
Ninguna de las dos dijo nada más. La hija de Apolo volvió a reanudar su marcha hacia la zona del bosque del Campamento Mestizo. Los rituales funerarios de los semidioses se basaban en la incineración pero en el caso de Dante habían decidido preparar una zona para honrar al mayor héroe de todos los tiempos. Tras unos pocos minutos llegó a uno de los lugares que más frecuentaba su novio.
Y es que al pie de un precioso árbol, crecido de los restos del sátiro Michael habían improvisado un altar en honor a Dante Pierce, Monarca de la Humanidad. Durante el primer mes había sido un lugar bastante frecuentado pero a día de hoy solo cuatro o cinco personas iban allí a menudo. Así que cuando se encontró con tres personas de pie frente al altar no pudo evitar sorprenderse. Los tres notaron su presencia y se giraron con una sonrisa - Esto... - musitó la chica sin saber muy bien quienes eran.
Eran dos mujeres y un hombre. La primera medía metro sesenta y tenía un sonrisa dulce y encantadora. El hombre era alto y corpulento, vestía un esmoquin negro, rematado con un sombrero. Cargaba con un largo maletín negro que parecía brillar con luz propia. Sin embargo, no podía evitar que su mirada fuese a la otra mujer. Le costaba distinguir su rostro, porque este iba cambiando a medida que lo miraba. Lo que siempre se mantenía constante es que era preciosa - Helena - la llamó la primera mujer - Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Soy yo, Hestia -
Helena le prestó atención a la diosa del hogar - Hola.. ¿Qué hace aquí? ¿Quiénes son ellos...? - preguntó mirando a los otros dos.
- Encantada, Helena Norton - dijo la mujer dando un paso adelante - Soy Afrodita, diosa del amor. Y este es mi marido, Hefesto -
No era la primera vez que veía al dios herrero pero esta vez parecía que estaba usando alguna clase de magia para esconder su aspecto real - Me alegro de volver a verte - dijo mientras se quitaba el sombrero.
La hija de Apolo asintió y dejó el ramo de flores frente al altar de su novio - ¿Qué hacen aquí? - preguntó tras acabar sus rezos.
Hestia se acercó y apoyó su mano sobre el hombro de la chica - Queríamos ver el altar de Dante... Es un sitio muy bonito, a él le encantaría -
Afrodita fue la siguiente en acercarse. La diosa del amor le dedicó una sonrisa deslumbrante y después se arrodilló a su lado para realizar una breve oración - Dante era un muchacho formidable... Esté donde esté seguro que está bien -
Por último Hefesto se agachó frente al altar y dejó el maletín en el suelo con sumo cuidado - Yo traía algo que me hubiese gustado darle al chico... - murmuró mientras abría el maletín con aire majestuoso. Dentro, envuelto en una serie de vendas blancas Helena pudo volver a ver un arma que no pensó que vería - Cuando acabó la guerra volví a mi taller con un gran proyecto en mente -
La diosa del amor apoyó las manos sobre la espalda de su marido - Ha estado trabajando durante meses... - dijo con una dulce sonrisa.
Hefesto asintió y comenzó a retirar las vendas - Al principio pensé en reconstruir las dagas de Cicno... Pero decidí darle una vuelta - siguió hablando el dios - Decidí forjar un arma nueva... Un arma única -
Cuando la última venda cayó Helena pudo ver de nuevo la afilada hoja de la Ira de Ares. Sin embargo, había algo diferente. Durante la batalla contra Cronos, la Ira de Ares se había fragmentado en dos trozos del mismo tamaño. Y Hefesto había tomado esos dos trozos y había forjado un nuevo par de dagas. El primer cambio notable era que el antiguo color negro azabache había sido sustituido por un color blanco con destellos rojos - Costó horrores crear estas armas - explicó Hefesto - Combiné los restos de las dagas de Cicno y la Ira de Ares... - alzó una de las cuchillas su cabeza y esta reflejó los rayos del sol, creando un arcoíris rojo - Esta es la auténtica arma del Monarca de la Humanidad -
- Un arma preciosa... - comentó Hestia - ¿Tiene nombre? -
El dios se quedó mirando su reflejo en la Inmaculada hoja - No... Nunca se me ha dado bien el tema de los nombres - se acercó al altar y clavó las dos dagas frente a este. Las hojas perforaron el mármol como si fuese mantequilla hasta quedar medio enterradas. Después, miró a Helena y le sonrió - Deberías ser tú quien la nombre, ¿no? -
La hija de Apolo tardó unos segundos en responder. Dio un paso al frente y se situó frente a la tumba. Lo había dicho cientos de veces, odiaba la Ira de Ares. Era una hoja oscura y afilada, lista para matar. Un arma que parecía sacar lo peor de aquel que la portase. Sin embargo, aquella nueva arma era distinta. Seguía siendo un arma, seguía siendo afilada, seguía siendo violenta pero a la vez, era preciosa, majestuosa... El arma de un rey - Dante siempre llevó una vida dolorosa - murmuró ella mientras deslizaba sus dedos sobre las hojas - Para que los demás pudiésemos ser felices decidió cargar con toda la ira y el dolor de la humanidad... - observó la hoja plateada durante unos segundos - Él siempre puso a su gente por encima de todo, incluso de su vida. Él siempre fue el último bastión de la humanidad. Siempre luchando al filo de la vida. Así que estas armas se llamarán... Los Filos de la Humanidad -
En cuanto Helena pronunció aquellas palabras las dagas brillaron con un intenso color rojo. Sobre las hojas, un poco por encima de la empuñadura comenzó a surgir una inscripción en letras japonesas. Cuando el kanji estuvo completo la luz se apagó - Ahora sí que sí... - dijo Hefesto mientras se situaba al lado de la chica - Ahora sí está completa -
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ARES #5 // DIOSES DEL OLIMPO
Fiksi PenggemarProtege a quien quieres... El momento ha llegado. Los ejércitos están listos. Cada pieza ha sido colocada en su lugar, y llega el momento de la batalla donde el futuro del mundo y de la humanidad será puesto a prueba. Quinto libro de la saga Ares.