Capítulo 44 (Diablo)

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Me levanté, me dolía un poco la cabeza, tal vez si había bebido algo, miré a Emma estaba echa un ovillo a mí costado, sus cabellos le cubrían el rostro, tenía un encanto peculiar, se veía triste, pero a la vez parecía tener paz.

Me levanté lo más despacio que pude de la cama para no despertarla. Encontré primero mi camiseta negra, me la puse y encima la camisa blanca de ayer, me lave los dientes, arreglé mi cabello, me lave la cara, me puse las gafas de sol y salí de la habitación.

Bajé por el ascensor, me dirigí hasta la recepcionista.

—Disculpe sabe si hay una farmacia por aquí cerca.

—Sí caballero, solo siga por ese camino ahí va encontrar el bazar del hotel gira a la izquierda, cruza la calle y ahí está la farmacia.

—Gracias.

Me marché, llegué a la farmacia y pedí pastillas para la resaca y agua, pagué y me marché. Cuando estaba de camino a la farmacia vi una pastelería abierta crucé hacia la otra calle y entre en la pastelería estaba caliente y olía a pan recién sacado del horno.

Pedí dos cafés vi unos pastelillos redondos, espolvoreados y relleno de frutas como me dijo el chico que me atendía, estaban calientes y recién salidos del horno, así que sin dudar dos veces pedí seis y los cafés.

Llegué a la habitación, Emma seguía dormida, quería vengarme por lo que me hizo ayer... pero recordé que anoche se había quedado dormida mientras lloraba. Dejé las compras en la mesa y me acerqué a la cama, me puse de puntillas y le acaricié suavemente su cabeza, luego coloqué su mechón rebelde detrás de su oreja y la besé entre su cuello y el lóbulo de su oreja.

Ella se rio, definitivamente era demasiado débil con las cosquillas.

—Cinco minutos más. — dijo que había recuperado su voz cantarina.

—Mueve o te doy la bienvenida que tú me diste.

Abruptamente se sentó en la cama, me aparte rápido antes de recibir algún golpe.

—Estoy despierta, despierta.

Los dos bajamos la mirada y recordamos que anoche pues... Me levanté del piso y fui a buscar su camiseta ploma que usaba antes de ayer, pero recordé que las bolsas con nuestra ropa estaban en el auto.

—Ay. — viró sus ojos. — ni que no me hubieras visto ayer, ahora ven y dame tu camisa.

——Bue...no yo... — me giré para verla. Porque demonios estaba tan nervioso.

—Ahora me vas a decir que estás incómodo. — arqueó una de sus cejas.

—Como quieras. — le dije de mala gana, para evitar que notará que mis mejillas se encontraban sonrojadas.

Le extendí la camisa, ella se la puso y luego me sonrió, sus ojos estaban hinchados y aún agrietados, pero también parecía que estaba disfrutando esto.

— Este humilde servidor, consiguió no perderse por aquí y trajo el desayuno y algo que va aliviar tu resaca.

—Yo... no .

—A mí no me engañas ayer bebiste, hasta decir basta.

—Vale, puede que me duela un poquito.

—Segura. — toqué su frente, ella se retorció del dolor.

—Vale, si me duele.

Le di la pastilla y el agua, la tomo. Le entregué uno de los cafés y abrí la bolsa de los panecillos.

—Se ven adorables. — dijo ella con una voz chillona.

—Se ven comibles. — le dije mientras sacaba uno y lo mordía con furia y le sonreía en la cara.

Entre Sombras Y Acordes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora