03

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Un nuevo día.

Hacía frío el día de hoy, el cielo estaba gris. Todo apagado, la gente caminaba apurada mientras el viento soplaba bufandas con fuerza.

Pero ella no sentía el viento en ese momento. Estaba resguardada en la capilla. Las estatuas de los ángeles la observaban. La luz de las velas luchaban contra la oscuridad.

Arrodillada frente la enorme cruz de un Jesucristo crucificado ella rezaba. Las columnas de mármol a los costados, al igual que el piso hacían que de todos modos hiciera frío en el lugar.

Sus rodillas en el piso hacían que el frío se colase hasta los huesos.

— Por favor, Dios, guíame.

Dijo en un susurro cruzando sus manos, entrelazando sus dedos. Al hablar su aliento se hacía visible como vapor que se disipaba como si fuese una nube.

Miró la imagen frente a sus ojos. La corona de espinas hacía su rostro sangrar. Las heridas en su cuerpo blanco y delgado. Él había sido castigado para salvar al mundo.

Se puso de pie, hizo una reverencia y se persignó. Al salir afuera la esperaba la morocha de pelo negro, con dos coletas una a cada lado abrigada con un fino tapado desde su cuello hasta debajo de sus muslos.

— ¿Eres creyente?

Preguntó Blackbell.

— Un poco.

Respondió con una sonrisa.

Una pequeña cadena de oro con una cruz colgaba de su cuello. Escondida tras su ropa. Una polera de lanilla blanca tapaba su cuello. Llevaba una falda color piel y medias negras. Llevaba su abrigo abierto, colocó sus manos en los bolsillos y corrieron a dentro de los edificios de la universidad.

Al llegar al aula se topó de nuevo con esos ojos color miel, eran dorados, brillantes pero escondiendo una profunda oscuridad en el fondo. Su ceño fruncido lo caracterizaba.

No aguantó mucho tiempo el contacto visual.

Tocó su cuello instintivamente recordando lo del otro día, sintió el recuerdo de su nariz paseando por su cuello y sintió escalofríos.

Sus mejillas se tornaron rosadas.

Saco sus cosas y comenzó la clase.

¿Por qué se sentía tan nerviosa?

Tenía un presentimiento extraño.

Por algún motivo no podía dejar de mirarlo. Visto desde atrás su cabello hacía pequeñas ondas al final, parecía un pequeño caos armonioso. Un buzo de color verde aceituna quedaba perfecto con su tono de piel. Resaltaba su tez blanca. Una camisa blanca por debajo y jeans oscuros.

De repente él giró a verla, como si supiera que lo estaba mirando, y de la sorpresa ella casi salta sobre su silla.

Esquivó su mirada una vez más. Se sentía sumamente avergonzada.

Jugó con el bolígrafo en sus manos hasta que la clase terminó. Al caminar por los pasillos a la siguiente clase pensó que había mucha oscuridad sin los rayos del sol por donde ella caminaba.

Blackbell asistiría a un taller así que ella hoy estaba sola.

— Oye. —escuchó detrás de ella y se estremeció.

Conocía su voz.

Se detuvo y miró hacia atrás, notó lo alto que era en comparación con ella.

— ¿Qué sucede? —preguntó.

Él la miraba a unos metros de distancia.

No se habían saludado, no era necesario, no tenían ningún vínculo que los atara a ser amigables el uno con el otro.

— ¿Por qué no te afecta?

Dijo acercándose a ella con pasos enojados.

Al estar frente a ella se inclinó para tener su rostro de frente y la observó meticulosamente. Se podría decir que se había perdido en sus ojos un momento. Analizó su nariz, sus labios, sus cejas y pestañas.

La tomó de la cintura bruscamente y la atrajo hacia él, pegando sus dos cuerpos. Su espalda estaba curvada y su cuello hacia arriba observando a Damian sin entender qué hacía.

— Espera.

Alcanzó a decir.

Pero sin poder continuar hablando el de nuevo se hundió en su cuello. Paso sus labios por su cuello y ella sintió algo extraño, un pequeño gemido quiso escapar de su boca pero lo contuvo.

Y estando sus labios casi pegados a sus oídos susurró:

— ¿Qué eres?

Era una pregunta que nunca le habían hecho.

— ¿O eres un vampiro que suprime sus feromonas, lo que te hace un fuerte rival, o eres una humana poco común que no puede percibirlas, lo que te hace tan vulnerable?

Él sonreía mientras hablaba. Curioso.

Ella lo empujó lejos bruscamente.

Su corazón bombeaba fuertemente, cada latido dolía un poco más, sus mejillas estaban rojas.

— No puedo percibirlas.

Confesó.

Y él sonrió aún más ante su respuesta. Como si hubiera encontrado algo asombroso.

— ¿Qué tiene de malo?

De donde ella venía no era necesario para sobrevivir percibir feromonas de otras personas. No había peligros, y nunca nadie había intentado seducirla, al menos ella nunca lo habría notado si así hubiera sido el caso.

— Sabía que el problema no era yo.

— ¿Cuál es el problema entonces?

— Ninguno.

Volvió a acercarse a ella para tomar su mejilla. La acarició con la punta de sus dedos.

— Eres perfecta.

Murmuró.

— No desprendes ningún olor asqueroso. Tan vulnerable, no sabes nada del mundo que te rodea, no puedes entenderlo. Tan pura.

Si él podría decir que ella tuviera un olor sería el de una rosa. Pero no cualquier tipo de rosa. Rosas blancas. El símbolo más grande de la pureza. Tan hermosa y a la vez llena de espinas.

— Me dan ganas de destruirte.

Sonrió lascivamente una vez más.

En sus ojos brilló el deseo. Algo que no sucedía hace mucho.

Él quería a esa hermosa rosa blanca mancharla de un rojo intenso como la sangre.

Ella creía en los ángeles, y en ese momento no pudo distinguir si estaba en brazos de un ángel que llegaría a salvarla o un demonio que vendría a castigarla.

¿Pueden estar juntos los ángeles y los demonios?

Anhedonia | DamiAnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora