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— No eres lo suficientemente fuerte.

Acaso la voz de mi conciencia se había materializado.

Un dolor se incrustó en mi pecho, como si algo me faltase, como si una ajuga me estuviera atravesando el corazón y me quitara el aire lentamente.

Ella ya no estaba.

No estábamos atados, pero era como si un hilo rojo nos uniera. Y aquel hilo ahora estaba tensado y enredado.

Pestañee, mi cabeza daba vuelta. Los huesos de mi cuerpo se acomodaban de nuevo en su lugar.

El efecto de las pastillas que sustituyen la sangre aún no son lo suficientemente rápidos.

— Si te mato ahora los problemas de mi hija desaparecerían.

El cañón de una pistola se posó en mi cien, estaba frio el metal. Ardía horrorosamente. Aquel metal de plata y oro brillaba con la luz de la luna.

¿Una de esas balas podría matarme?

Abrí los ojos y conocía a aquel hombre.

Daba miedo, ahora más que nunca con el ceño fruncido y una mirada llena de odio y desprecio.

Me merecía esa mirada, después de todo él tenía razón. No fui lo suficientemente fuerte para proteger a su hija.

¿Debía rendirme?

¿Por qué estoy dudando?

Su mano no titubeaba, él no dudaba. Pero un segundo de su respiración me bastó para moverme.

De un golpe brusco aparte el arma de mi cien, salí del auto arrojando una patada. No quería patearlo fuerte, sólo quitarme de su rango de disparo.

Esquivo mi patada como si no fuera nada, como si estuviera simplmete jugando con un niño.

Di un salto hacia atrás en reversa con todo mi cuerpo, aún me sentí mareado, tambalee al caer sobre mis pies unos segundos nada más que fueron el tiempo suficiente para que él acortara de nuevo la distancia.

Dirigió sus puños hacia mí, uno y después otro, izquierda, derecha, abajo, lanzó una patada con toda la fuerza de su cadera desde atrás. Me acorralaba, no podía hacer más que esquivar. Estaba oscuro, mi visión era reducida, aún no me acostumbraba a la oscuridad de la noche. Mis reflejos tardaron en ajustarse a la velocidad de la pelea.

Y aquella arma que él tenía...era una de las armas especiales contra vampiros. ¿Cómo la había conseguido?

Solo hay tres en el mundo, una pertenece a mi familia. Esta escondida dentro del auto que está hecho trizas a un costado.

El vacío que generaba Anya en mi pecho me hacía nadar en un mar de emociones turbulentas, me ponía al filo de la rabia y la angustia. Era difícil luchar así, sentía que si me dejaba llevar podría explotar en ira y no quería matarlo.

Apunto uno de sus golpes a mi oído izquierdo, quebraba mis brazos con cada golpe del que me cubría. No me daba tiempo a regenerarme. Me dejó sordo por un instante con aquel golpe, fue un estruendo, perdí fuerza en una de mis piernas y caí de rodillas al suelo. Él me empujó y se subió encima de mí. El arma apuntó a mi rostro.

— Eres débil.

Lo sabía, lo sabía maldita sea.

Lo empuje con mi cadera y enrede mis piernas en su cintura. Me impulsé hacia el frente y terminé ahora yo encima de él.

— Señor, por favor...perdóneme.

Contuve sus brazos con mis manos, el reflejo de la luna en sus ojos los hacía brillar, él estaba impotente y enojado. Tomé sus muñecas para evitar que siguiera apuntándome con el arma.

Anhedonia | DamiAnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora