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Éramos un mundo aparte, dicen que cada persona es un mundo pues más bien yo creo que Damian y yo habíamos construido un mundo desde cero.

Empezando desde el barro, aramos la tierra para plantar flores y árboles. Ante las tinieblas poco a poco conseguimos días soleados.

Trabajábamos juntos día a día. Así el tiempo pasó y nos olvidamos por un instante todo el dolor que ambos cargábamos sobre nuestras espaldas.

La mayoría eran días buenos aunque también había días malos.

— ¡Auch! Anya, ten cuidado estoy cocinando.

— Tú me pisaste.

— Porque te atraviesas, siempre haces lo mismo.

— ¿Qué quieres decir con eso?

A veces teníamos tontas pequeñas discusiones que no escalaban a nada ni a ningún lado porque alguno de los dos reía, o sonreía por lo adorable que el otro se veía enojado, o hacíamos un mal chiste.

Yo muchas veces tenía la culpa de las discusiones, soy demasiado torpe para hacer cualquier cosa y demasiado orgullosa para admitirlo en voz alta.

Admiro la paciencia que tiene Damian, tiene un amor en los ojos que se desborda cada que me ve. Ahora lo sé.

Hoy salía un poco el sol entre las nubes del eterno invierno de Rusia.

— ¿Cuántas bandejas vas recolectando, niña?

— ¡Oh! Esta es la cuarta, aún no termino Señor Faddei. —sonreí al anciano y este me devolvió la sonrisa con ternura.

El dueño de la granja donde trabajamos con Damian era un adulto mayor muy amable y comprensivo. Se esforzaba por entender nuestro idioma, hablaba despacio para que entendiéramos lo que él decía, era paciente y benevolente.

Llevando las remolachas al granero me topé con Damian que cargaba muchos troncos de pinos en su hombro. Era impresionante y bestial la fuerza que manejan los vampiros.

Él se detuvo a mirarme para luego ¿ignorarme? Y seguir su camino. Lo seguí con la mirada, ¿tal vez está muy ocupado? ¿eso pesará mucho?, le saqué la lengua a sus espaldas cuando vi que dejaba en un rincón los troncos y luego se volvía a verme.

Escondí la lengua que había sacado burlándome de él, lo miré asombrada. Se acercó a mí, sacó sus guantes y tomó con sus manos cálidas mi rostro para plantarme un beso.

Comenzó tan suavemente que sentí que me embriagaba poco a poco, y eso que pocas veces me he embriagado en la vida. Una fue con Becky, la otra con Damian tomando vodka aquí. Poco a poco movió sus labios fríos y su lengua fue tan cálida y suave que sentí que me mareaba.

Enredó sus manos en mi cabello y supe entonces que terminaría despeinada, él siempre hacía eso.

Volví a ser consciente cuando un copó de nieve golpeó mi mejilla.

— ¡Estamos afuera! —me separé de él de repente, lo alejé con vergüenza.

Miré hacia todos lados, comencé a sentir mucho calor en mis mejillas.

— Estamos casados, ¿Qué tiene de malo?

— ¡¿Acaso no sabes decir sólo hola para saludar?!

— Besar es mi forma de saludar.

— ¿Así saludas a todo el mundo?

— Sólo a ti, y tú eres mi mundo.

— ¡Deja de decir cosas vergonzosas!

— Es divertido verte enojada.

— ¡Vete a trabajar!

Anhedonia | DamiAnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora