30

1.4K 143 53
                                    

No puedo quitar de mi mente aquellos recuerdos.

La sangre.

Agujas inyectándose en mi piel.

Desesperación.

La falta de aire.

Y una sonrisa junto con un par de ojos que me miran, llorando, con misericordia y esperanza.

Había luz en su mirada.

Hoy la lluvia golpeaba fuerte en el techo del auto, una hora. Estábamos camino a la verdad. Miraba por la ventana intentando buscar más recuerdos, pero nada se me hacia conocido.

Solo preguntas invadían mi mente.

¿Quién eres?

¿Por qué había esperanza en tu mirada?

¿Acaso me abandonaste?

¿Fue mi culpa de hecho?

Sentí una mano tibia acariciar mi rodilla.

Damian me dedico una pequeña sonrisa, una mueca que decía "aquí estoy". Yo lo sabía, mi corazón estaba tranquilo porque él estaba a mi lado. Mi cable a tierra, casi como si fuera la voz de mi conciencia.

Él tenía la habilidad de llevar mi mente hacia lo más sucio y lo más puro.

En sus ojos sólo había amor. Un chico frío y distante que cuando nadie lo ve besa mis manos y me abraza dulcemente.

Aún me dolían los pies por haber caminado en el hielo aquella noche. Nos tomamos unos días libres y decidimos emprender el viaje. Debíamos movernos, no era seguro quedarse en un mismo lugar.

Por las noches Damian sostenía mi mano, ante cualquier movimiento estaba atento. Yo también, no podría decir que alguno de los dos haya estado durmiendo bien del todo.

Las ojeras y las bolsas en mi rostro me daban pena, y aun así el me miraba y sonreía con ternura como si fuera lo más bello del mundo.

— Ya casi llegamos –susurro .

Comenzaban a verse los vestigios de un pequeño pueblo. Pequeñas cabañas de las cuales el humo salía por la chimenea.

La nieve era tan alta que no había un alma en las calles de tierra y barro. Escuchaba mis pies salpicar y patinaba en el lodo, Damian tomo mi hombro abrazándome para tener más estabilidad caminando juntos.

La cara de Damian en algún momento comenzó a parecer molesta.

— No mires al rededor, sólo camina. —dijo.

— ¿Qué sucede?

Levante mi mirada y noté como desde sus casas los ojos curiosos miraban con intriga a los forasteros, nosotros.

— ¿Por qué nos están mirando?

— Te miran a ti.

Un anciano que quitaba la nieve de la puerta de su casa parecía no haberse dado cuenta de nuestra presencia.

Escuche el susurro de un niño que su madre metía dentro de la casa.

— ¿Por qué su cabello es de ese color?

— Sshhh, entra.

Mire los mechones de mi cabello.

A Damian le molestaba que nos observaran de esa forma.

Me detuve para hablar con aquel anciano que ignoraba nuestra presencia.

— Em, disculpe...¿señor?

— ¡Oh! —dijo dándose la vuelta.

Anhedonia | DamiAnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora