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No quería separarme de su regazo, era tan cálido estar cerca de ella.

Desde que conocía a Anya conocí el placer de tocar otra piel y sentir calor. Todo antes de ella era frío, como vivir en un eterno invierno.

Ella es como el verano, un sol radiante, una brisa fresca. Una bocana de aire a alguien que se está asfixiando. El arcoíris después de la lluvia.

Me levante y me marche prometiendo que volvería pronto. Tenía asuntos que resolver, una declaración que dar a la policía de lo ocurrido en el bosque.

— Entonces usted... ¿simplemente le arrancó la cabeza?

Fruncí mi ceño con asco recordando la situación, el enojo invadía mi cuerpo una vez más al recordarlo. — Sí, eso hice.

— Bueno, es un vampiro...su fuerza me sorprende.

Volvería a hacerlo mil veces.

Antes de irme del hospital me crucé con el Dr. Park.

— Llegas tarde viejo decrepito. —escupí enojado.

— Te traje lo que tanto me has estado pidiendo, me llevó años perfeccionarlo.

Entregó la tableta, unas capsulas rojas brillaban en ella.

— Es completamente natural, un reemplazo de la sangre, todas las vitaminas, proteínas y nutrientes que necesitas están ahí.

Sonreí.

— Bien hecho viejito.

Después de tanto años al fin.

— Cuida de ella, no quiero que en su hermosa piel queden cicatrices.

Amaré su cuerpo aún con cualquier imperfección.

Mientras yo cruzaba las puertas del hospital Becky corría hacia el interior, ella ni siquiera notó mi presencia. Sabía hacia donde corría, estaba llena de un olor de desesperación y preocupación.

Me quedé tranquilo de que Anya quedaba en buenas manos en mi ausencia.

Tomé mi teléfono y luego de una corta llamada tuve a un auto recogiéndome a los pocos minutos. Disfrutaría de los últimos beneficios de ser un niño rico.

Lo abandonaría todo.

Lo supe desde ese momento, aquel que pasó hace años. Lo recordé de camino a casa, aquella noche cuando tenía apenas 11 años.

Había una horrible tormenta, las gotas de lluvia golpeaban fuertemente los ventanales. El me observaba sentado al final de la mesa. El fuego de la chimenea le hacía sombra y alumbraba la habitación por completo. Tenía a dos niñas a sus costados, con correas como si fueran perros, objetos de su posición.

— Son de la sangre más pura y cuidada. Las criamos para que sean de la mejor calidad.

Sonreía como un demente.

La sangre se me helaba, me congelé como si mi cuerpo se hubiera transformado en un cubo de hielo.

— Hermano... ¿Qué haces?

— Vamos, elije una y muerde.

Tomo a una de las pequeñas niñas del cabello, enredó sus garras en su cabello rizado y dorado como el oro. Sus ojos celestes como el mar comenzaron a derramar lágrimas en silencio. No se quejaba, aguantaba el dolor.

Estiró a la niña y dejó al descubierto su cuello. Llevaba un simple vestido blanco como vestimenta. Su piel era como la porcelana llena de lunares rubios como ella.

Anhedonia | DamiAnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora