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— ¡Auch!

— Aguanta un poco más.

Me susurró.

— Duele.

Solté un quejido.

— Iré despacio, tranquila.

— No lo hagas sonar sexual ¡Demetrius!

— No me contendré esta vez, me gusta escucharte llorar.

— ¡Detente!

— Escucharte suplicar es una delicia.

— ¡Dame eso! Lo haré yo misma.

Quité el algodón de sus manos y restregué los arañazos en mi cuello por mí misma. Él reía de fondo sosteniendo su estómago.

La verdad era que cuando reía se parecía mucho a él.

¿Cómo estará Damian?

¿Dónde estás? ¿Por qué aún no vienes por mí?

— Te pareces a él cuando ríes. —dejé el algodón a un lado y le miré seriamente.

El detuvo sus risas y me miró soltando un suspiro, pude ver melancolía en su mirada.

— ¿Qué has perdido que te ha causado tanto dolor como para querer morir?

El respiro profundo aún con un seño serio, casi inmutable, eligió con cuidado sus siguientes palabras pero realmente salieron de manera natural.

— Al amor de mi vida.

Volvió a sonreír, como si no hubiera dicho la más conmovedora frase que haya escuchado jamás.

— ¿Cómo era ella?

— Él —corrigió.

Alcé un poco las cejas, naturalicé rápido aquello y continué.

— ¿Cómo era él?

Nuestras voces, aún en un tono bajo, retumbaban en esa habitación enorme de pisos de mármol, ventanales con gruesas y elegantes cortinas rojas como la sangre y paredes hechas de bibliotecas.

Caminó hasta su escritorio mientras hablaba yo me recosté en el sillón aterciopelado abrazando una almohada tan suave como los abrazos de Damian. Habían pasado dos días donde no conocía más que esta habitación y aquella enfermería.

Él sabía que yo no iba a huir, aunque lo pensé varias veces cuando iba al baño o cuando estaba sola en la ducha. Tenía miedo de que en cualquier momento pasara algo inesperado, la ansiedad subía pero él se veía tan relajado que con el paso de los días me contagió aquella energía kinestésica.

Él actuaba con la tranquilidad que tiene alguien que sabe que va a morir, que se resignó a vivir o que, en última instancia, destruiría todo a su paso sin importarle nada ni nadie.

— Él era... hermoso.

Pensé que quizá eso era lo mejor, resignarme a saber que quizá todo llegue a su fin y moriré.

Sentir dolor y querer terminar con mi vida fue un sentimiento que siempre me persiguió. Como una suave voz en mi cabeza que me decía "Estarías mejor muerta". El pensamiento limitante más fuerte que jamás he conocido. No se lo deseo a nadie.

Y Demetrius me daba esa impresión, eran sus ojos que decían lo mismo que los míos antes de conocer a Damian... "Estaría mejor muerto".

Cuando conocí a Damian esa voz se apagó, al principio pensé que Damian podría matarme, busqué que él me diera dolor y placer a la vez porque estaba desesperada por sentir algo que llenara el vacío.

Anhedonia | DamiAnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora