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— Buena chica.

Escuchó que él le dijo con voz gruesa y suave a la vez. Era un tono seductor que le excitaba y ponía sus pelos de punta.

Le ordenó que se arrodillara en la cama y eso hizo. Se sentó de rodillas esperando nuevas ordenes.

Había un pensamiento que cruzaba por su mente en ese momento.

— Por favor. —suplicó. —destrúyeme.

Ella suplicó aquello.

La invadía un instinto contrario a la supervivencia, ella tendía a querer autodestruirse.

— ¿Quién te dio permiso de hablar? —soltó Damian acariciando su mandíbula con la fusta de cuerina.

Acarició con el objeto de cuero frío, parecido a los látigos con los que se castiga a los animales, el largo de su cuello bajando hasta la curva de sus senos.

Notó lo sensibles al tacto que eran sus pezones y eso lo hizo sonreír.

— Acuéstate, levanta el trasero. — poco a poco verla desnuda y obediente lo excitaba más y más. — Voy a castigarte por tu imprudencia.

Ella obedeció en silencio. Se extendió en la suave tela de la cama y dejó al descubierto sus glúteos para que el la castigara.

Damian sonrió al verla de ese modo, se relamió los labios. Su blanca y suave piel, le daba pena golpearla y lastimarla. Pero a la vez sentía ganas de destruirla, de hacerla gritar de dolor o de placer. Lo que venga primero.

Se controló a si mismo. Se juró jamás hacerle daño. No sin su consentimiento.

Elevó el látigo y con un movimiento de inercia golpeó su trasero con fuerza. Ella gimió y rápidamente vio la marca roja empezar a formarse. Aquello fue tan excitante, el rojo intenso formándose en su piel suave y delicada.

Lo golpeo otra vez, y una vez más.

La escuchó gemir y quejarse de dolor. Lloriqueaba, temblaba por debajo de él, tirada en esa cama de terciopelo rojo.

Se acercó a su oído tomando su mandíbula entre sus manos.

— Dime si quieres que me detenga. —susurró.

Ella mordió sus labios con fuerza.

— Continúa, por favor. —pidió y esto lo sorprendió.

Damian se preguntó de dónde venía este instinto autodestructor. ¿Por qué ella insistía tanto en hacerse daño?

Él, llenó de preguntas y dudas, tomó el latido de cuerina y la golpeó de nuevo. Una y otra vez alejando todas esas preguntas, ahogándose en excitación al escucharla gemir.

Cuando se cansó de repetir el mismo gesto, ya sin aguantar la presión de su cuerpo deseoso pidiendo por más se quitó lo que le quedaba de ropa y se preparó para entrar en su cuerpo.

Anya temblando sintió como él la abrazaba desde atrás. Pegó su espada a su pecho y comenzó lentamente.

Ella quería usar sus manos pero estaba atada con unas esposas de cuero negro.

— Libera mis manos. —pidió. Necesitaba tocarlo, abrazarlo, sentirlo cerca de ella.

Él había comenzado a moverse poco a poco. Lentamente en su interior. Se balanceaban juntos de un lado al otro.

Sus ritmos cardiacos eran un desastre.

Damian la apartó y la acostó bruscamente contra las almohadas. Quitó la venda y las esposas de un tirón.

Anhedonia | DamiAnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora