Capítulo 8

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Papa estaba paseando por los pasillos, sus pasos eran ligeros, y medidos mientras se movía de un lado al otro, sus manos estaban cruzadas en su espalda, la mirada baja y lleno de preocupación, detrás de la puerta cerrada a su derecha, el curandero trabajaba cuidadosamente para curar las heridas de Elizabeth, cuando finalmente apareció el curandero de nombre Ben, y parecía cansado.

-La he curado lo mejor que puedo, necesito descansar Papa ¿Puedo? -Papa extendió su brazo y tomo su hombro y le dio un pequeño asentimiento de agradecimiento.

-Papa, debes dormir un poco. -Dijo Ivy, comenzando a cerrar la puerta de su habitación.

-Venga Papa, prepararé la habitación de invitados. -Dijo cuando Papa dio un paso adelante, con su túnica moviéndose.

-Eso no será necesario, yo la observaré a ella y la cuidare para que no se vuelva a marchar. -Papa insistió, empujándola y entrando en la habitación, agarró la manija y se volvió hacia ella.

-Ya haz hecho más que suficiente, por favor descansa. -Dijo Papa asintiendo.
Ella suspiró y se giró, sus botas resonaron por el pasillo de mármol.

Papa cerró la puerta con cuidado y se volvió para observar a sus aposentos. La habitación estaba iluminada por el pequeño fuego y varias velas, la habitación era mucho más cálida que el pasillo, lentamente, miró hacia la cama.

Acostada pacíficamente entre una nube de almohadas estaba Elizabeth, parecía un ángel, algo que se había caído y se había lastimado directamente de algún otro mundo, observó cómo su pecho subía y bajaba lentamente con cada respiración dificultosa, tenía ambas manos vendadas, su tobillo bien envuelto y apoyado sobre una almohada.

Su cabello obscuro estaba contenido lo mejor que podía y ya no olía a tierra húmeda y barro, en su lugar estaba el ligero aroma de las rosas, su proximidad lo reconfortó y lo puso nervioso.

Suspirando, caminó suavemente por la habitación y se sentó en su silla habitual, en el espejo al otro lado de la habitación, pudo ver que la lluvia le había corrido el maquillaje, de sus ojos y sin pensar en ello, se instaló de espaldas a la cama, poniendo sus manos suavemente sobre su estómago.

Durante mucho tiempo no pudo dormir, observó a la criatura que tenía delante con ojos cansados, maravillándose de cómo podía ser tan hermosa y sin embargo, tan letal.
Antes de darse cuenta, Papa estaba perdiendo la batalla contra el sueño, sus extremidades y párpados se volvieron pesados ​​mientras se deslizaba en un sueño tranquilo y sin sueños.

******

Elizabeth se despertó con dolor, estaba volviendo hacia ella, mordisqueando como lo haría un gusano en un cadáver, sus ojos se abrieron, cerrándose inmediatamente contra la luz del sol de la mañana que entraba por las ventanas altas a su izquierda, estaba en una cama desconocida, al menos eso lo sabía.

Todo lo demás estaba confuso y luchó por captar los acontecimientos de la noche anterior, ella frunció el ceño hacia la colcha que cubría la cama, sus ojos cambiaron cuando los recuerdos de la noche anterior la inundaron de repente.
Elizabeth se incorporó, los brazos y las palmas de las manos le dolían por el movimiento mientras contemplaba la habitación que la rodeaba, las paredes se extendían hacia arriba, catorce pies por lo menos.

A su izquierda había tres grandes ventanales que arrojaban una luz cálida y brillante sobre la habitación, el piso de madera estaba adornado por alfombras la condujo a la entidad sentada cerca de ella, que apenas comenzaba a moverse.

El primer instinto de Elizabeth fue correr cuando sus ojos se posaron en Papa, habría huido de no ser por el dolor en el tobillo que tiraba de sus receptores del dolor, Papa abrió los ojos y sonrió con cansancio.

Ardiendo en el deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora