EPÍLOGO

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Por mucho tiempo fui una migrante en mi propia tierra, por muchos años fui vagando de un lado a otro buscando motivos, razones, excusas para quedarme

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Por mucho tiempo fui una migrante en mi propia tierra, por muchos años fui vagando de un lado a otro buscando motivos, razones, excusas para quedarme. Fui como tal cual saltamontes yendo de un lado a otro.

El sentimiento de no pertenecer estaba presente en cada lugar que pisaba.

Nunca temí irme de lo conocido, por el contrario, me embarcaba en nuevos rumbos y buscar una nueva aventura.

Por tanto tiempo fui un náufrago en busca de tierra firme.

Sin darme cuenta, un día me fui quedando, sin planearlo dejé de buscar nuevos horizontes, un día me sentí cómoda y no quise irme. Un día sin percatarme, deje de buscar excusas para irme. Un día, solo me sentí en casa y se sintió bien.

Un día me sentí en el lugar correcto, que pertenecía a un lugar, a algo, ya no me sentí foránea en mi propia piel, ya no sentía que desencajaba en el lugar donde permanecía.

Todo funcionó para mí, pues, por primera vez estaba viviendo el verdadero significado de hogar y no quise que me volviese a faltar nunca más. Me acostumbre a la sensación cálida de estar en un lugar propio, en mi hogar, en mi refugio, no hubo más oscuridad, ni soledad. Me adapte a esa luz radiante que brillaba en mi nueva casa y eso me gusto, no había sombras que temer, porque de pronto ya no existían.

¿Cómo pasó?

No lo sé.

Un día me desperté al lado de aquellos rizos despeinados, con ojos café y supe que era ahí en donde pertenecía, era ahí donde residía mi alma desde hacía mucho tiempo, incluso desde antes de que yo pudiese descubrirlo, ya pertenecía a ese lugar.

Un día, sin siquiera pensarlo, me quedé.

Por supuesto, en mi nuevo hogar no siempre florecía, a veces había días grises y debía aprender a soplar las nubes molestas.

Me di cuenta de que era el lugar correcto cuando situaciones que se repetían, no me hacían sentir culpable, al contrario, aceptaba la responsabilidad y me mimaba luego.

Cuando miro tres años atrás, me sorprendo por lo mucho que han cambiado las cosas, en ese entonces solo era una niña asustada de 17 años que no tenía ni idea de lo que le esperaba al salir de su casa.

Y vaya que pasaron muchas cosas al salir de casa.

Con 21 años, no esperé jamás estar viviendo con alguien quien parecía ser el amor de mi vida y a quien esperaba tener para siempre. En todo este tiempo aprendí mucho, pero sin duda alguna lo que más aprendí fue alzar mi voz, a decir no, tener amor propio y defender mi lugar. No lo hice sola, Andrés ha estado allí tomando mi mano en los momentos oscuros, la depresión me atacó muy fuerte y me vi en un pozo del que no creí que podría salir jamás, muchas de las cosas que logré lo hice con él a mi lado, aprendiendo conmigo cuales eran los límites y cuales eran nuestras debilidades.

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