T R E C E

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Pasarme los días cuestionando mis movimientos o acciones se había vuelto parte de la rutina

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Pasarme los días cuestionando mis movimientos o acciones se había vuelto parte de la rutina. Me encontraba muchas horas al día pensando si hacía bien o mal en hacer tal o cual cosa.

Me sentía estresada y presionada gran parte del tiempo por hacer las cosas bien, no solo por mi, sino por las personas a mi alrededor, me dejaba llevar por otros para no quedar mal.

Así que una de las tantas tardes me encontraba con mis vecinos, quienes me cuestionaron por mi repentina ausencia, tomando el té, comiendo galletas y viendo las noticias mientras me hablaban acerca de uno de sus amigos.

Estaba muy relajada y desprevenida por lo que cuando les escuché hablar casi me ahogo con el té.

—Che nena, ¿qué onda con tu amigo Andrés? ¿Siguen siendo amigos?

Tosí lo poco que había tomado de té y se había quedado atorado en mi garganta. No me alcanzó la cara para ponerme roja, la mirada pícara de mi vecina y la sonrisa divertida de su esposo me avergonzaron de inmediato.

—Somos amigos —aseguré murmurando despacito.

Ambos rieron y siguieron hablando de otras cosas, yo quedé con mis orejas calientes por largo rato, incluso cuando me tocó irme a trabajar, parecía que salí huyendo de esa casa.

Momento incómodo.

Subí distraída a trabajar y me senté en la sala a leer unos apuntes mientras esperaba que se fueran las visitas, con la compañía de Andrés, que me pasaba mensajes cada tanto. Cuando le conté lo que había pasado con mis vecinos no se dejó de reír, incluso insinuó que tuve que decirles que éramos follamigos, –gracioso el tipo–.

Las semanas habían pasado con mucha rapidez luego de ello, pero eso no quitaba que habíamos tenido unas muy, muy intensas semanas. Nos peleamos una cuantas veces y discutimos otras tantas en donde la ropa estorbó para el final de la discusión.

Ambos teníamos altos y bajos de ánimo, lo cual nos afectaba el uno al otro, él tenía efecto Nora muy seguido y yo tenía bajones de ánimo muy repentinamente. Lo cual nos convertía en una bomba de tiempo.

Terminábamos haciendo la pregunta del millón, ¿debemos seguir con esto? La respuesta resultaba obvia cuando la ropa no estaba. Ambos pusimos límites, de cierta forma entendimos que no podíamos recurrir al otro cuando estábamos mal, nos lastimábamos con palabras hirientes sin darnos cuenta y poco a poco solo nos afectaba.

Así que establecimos horarios, días y momentos para vernos.

En lugar de solo encerrarnos en su casa a follar, decidimos vernos para entrenar, comenzamos una rutina en donde entre semana hacíamos ejercicio, estudiamos o paseábamos a Winnie en la plaza y solo los fines de semana dormíamos juntos o nos veríamos en un espacio reducido.

La primera semana había funcionado y esperábamos que siguiera así.

De cierta forma, debíamos comenzar a avanzar, no podíamos seguir cayendo en un vórtice de peleas y reproches cada vez que los ánimos jugaban en contra.

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