Nichole, una fisioterapeuta en busca de sanar sus propias heridas, desembarca en la encantadora Byron Bay. Su misión: cerrar cicatrices emocionales mientras ayuda a otros. Pero todo cambia cuando Marcus, un paciente rebelde, desafía sus límites. La...
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—Aquí estas te estuve buscando. —Desvié mi mirada de mi celular para observar a Marcus.
—¿Ya terminaste? —pregunté, aunque era demasiado obvio.
—Pensé que haríamos la sesión después del entrenamiento.
La alarma del auto se desactivo y tomé su mano para levantarme. Dejé mis cosas en la parte de atrás y me ubiqué para ser su copiloto, otra vez. Según él no me daría nunca más su auto para conducir, era peligrosa al volante. Sus palabras, no las mías.
Hizo algunos movimientos y salimos del estacionamiento subterráneo saludando en el proceso al guardia. Marcus se puso unos lentes oscuros y la gorra que le había regalado, ese era el look que traía para evitar ser identificado. En mi caso llevaba unos lentes con el marco amarillo y un lindo gorro estilo pescador con muchas flores como diseño.
La zona estaba despejada de paparazzi y los guardias estaban divididos en dos grupos unos iban adelante y otro detrás de nosotros, cuidando de Marcus.
—Hoy lo hiciste bien —saqué un tema de conversación porque aquel silencio era incómodo.
—Me siento mejor. Creo que entrenar me ayuda mucho a despejarme y volver junto al agua es una grata recompensa.
—Es por tu esfuerzo. Eres testarudo y si bien trabajar contigo no fue sencillo, debo reconocer que eres trabajador. Me alegra saber que estás mejor. —Eso sonó como una despedida.
—Gracias.
Miré por la ventana, las calles de Mónaco eran hermosas y había tiendas por todos lados. Se veía costoso y lindo, pero principalmente era lujoso. Duro golpe para mi dinero si quería comprar algo.
—¿Vienes muy seguido a Mónaco?
—Es mi segundo hogar —murmuró mientras esperábamos que el semáforo nos diera la prioridad para pasar.
—Es un lugar costoso para vivir.
—No es problema para mí —respondió.
Claro que no lo era porque de alguna manera era millonario y un atleta. Esa combinación era buena porque explicaba los millones que debía tener en el banco.
—Claro que no es problema —me acerqué un poco más para observar aquella tienda dejando atrás mi argumento de su dinero.
—¿Qué pasa? —me preguntó mientras buscaba algo en mi bolso.
—Solo tengo diez euros —murmuré un poco resignada.
—¿Eso es un problema?
—¡Si! —Señalé la tienda.
—¿Por qué?
—Es poco dinero y quiero ir a esa tienda —volví a señalar.