Nichole, una fisioterapeuta en busca de sanar sus propias heridas, desembarca en la encantadora Byron Bay. Su misión: cerrar cicatrices emocionales mientras ayuda a otros. Pero todo cambia cuando Marcus, un paciente rebelde, desafía sus límites. La...
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Leí por séptima vez el papel. Aquella maquinaria era nueva para mí, aunque si decía que podía hacer todo lo que estaba escrito en el papel le pediría a mi jefa que la implementara o tuviera en consideración para el trabajo.
Estiré mi pierna lesionada por segunda vez, a veces estar en una misma posición provocaba un poco de dolor en el área del muslo. Volví a leer y tratar de entender el funcionamiento del artefacto, Marcus había implementado todo lo mejor para su tratamiento suponía que entre dos o tres meses estaría completo, le mentí ligeramente para que no molestara tanto con la insistencia de volver a su deporte con rapidez eso podría perjudicarnos, debíamos escuchar su cuerpo y ver lo que el mismo necesitaba para recuperarse.
—Buenos días. —Dijo a regañadientes Marcus. Lo había retado el día anterior porque creí que era maleducado de su parte no saludar al entrar, entendía que no quisiera hablarme en el proceso de las sesiones, pero saludar y despedirse era modales básicos.
—¡Hola! —saludé. Agarré todos los papeles que había esparcidos por el suelo y un poco tambaleante me levanté.
—Lindos pantalones. —Se sentó y se sacó la camisa.
—Gracias, los hice yo misma. —Mis pantalones eran una mezcla de varios en realidad y formaban algo extravagante y nuevo. Por encima tenía una chaquetilla que usaba por el trabajo, pero era imposible pasar sin mirar mis pantalones.
—Era sarcasmo.
—Lo supuse desde el momento que dijiste dos palabras demás. —Le contesté—. Hoy harás algunos ejercicios para ver tu resistencia y te masajearé la zona.
No dijo nada, solo se puso a trabajar. Por lo menos podría reconocer eso, trabajaba.
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Estaba a dos kilómetros de la playa y lo había recorrido completo. Tomarse el agua era un punto que me jugaba en contra porque no tenía para volver y refrescarme en la caminata.
La playa era un espacio chico porque había rocas grandes que ocupaban su lugar. Dos surfistas y algunas personas en la arena, esa era la postal.
Me senté en la arena cerca del camino de la salida. Observé como el agua se mecía de forma enfurecida en ciertas ocasiones, provocando las olas que con gusto aquellas personas con tablas tomaban. El agua estaba helada, no tenías que ser un genio para adivinarlo, estábamos en otoño.
Apoyé mi barbilla en mis rodillas.
¿Cuándo fue la última vez que entré al mar?
Doce años. Mucho tiempo.
Amaba el mar y ahora no podía entrar. No podía.
Mi cabeza me jugaba en contra, siempre. Ahora debía resolverlo por el viaje que no pude negar, por mamá que creía que su hija había superado completamente aquel estúpido accidente.