Nichole, una fisioterapeuta en busca de sanar sus propias heridas, desembarca en la encantadora Byron Bay. Su misión: cerrar cicatrices emocionales mientras ayuda a otros. Pero todo cambia cuando Marcus, un paciente rebelde, desafía sus límites. La...
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Esto es demasiado, intenté controlar mi respiración para no parecer evidentemente descontrolada. Había fotógrafos en esta área y temía que mi imagen apareciera en primera plana en la revista de este hombre, retratada como la chica que se desmayó porque no pudo subir a un estúpido yate.
Estábamos a solo unos pasos y Marcus me miró al ver que ya no lo seguía. Me encontraba en el borde, indecisa, observando aquel pequeño y estrecho camino que llevaba a la inmensidad del lujoso yate.
«Eres una miedosa e inútil, recuerda que las personas están mirándote»
Con miedo, tragué saliva, incapaz de avanzar. Me relamí los labios, esperando que un milagro ocurriera.
—Mmm... ¿vas a avanzar? —Marcus se acercó.
—Odio el mar y los yates —susurré, él se inclinó levemente para escucharme mejor.
—Nada malo pasará, iremos y nos quedaremos como mínimo diez minutos. Pondremos una excusa para irnos. —Intentó darme una sonrisa.
Permanecí en silencio mientras nos quedamos solo unos segundos en nuestra burbuja de indecisión, hasta que el otro hombre nos llamó. Marcus no lo ignoró y con un movimiento extraño, sentí su mano en mi cadera, acercando mi cuerpo al suyo. Con determinación y rapidez, ambos subimos al yate, aunque en realidad, él me empujó disimuladamente todo el tiempo.
Durante el corto trayecto, apreté su brazo, luchando contra la sensación de mareo que me invadía. No podía desmayarme, no podía permitirme mostrar debilidad en este momento.
—Cariño, ¿te encuentras bien? —Sentí que alguien me atraía a su cuerpo, identifiqué con rapidez que los brazos que me rodeaban eran los de Marcus.
«¡Por Dios!»
Traté de recomponerme con urgencia, pero seguía sintiéndome mareada. Una opresión en mi cabeza persistía, y las luces deslumbrantes a bordo del yate solo intensificaban mi malestar. A pesar de todo, creí distinguir que estábamos frente a aquel importante hombre.
—Lo lamento —intenté expresar—, me parece que tomé algunas copas extras.
—No tolera mucho el alcohol —Marcus intentó excusarme con aquel hombre—, solo dos copas y la desestabilización puede ser profunda.
—No te preocupes. —El hombre hizo un gesto con la mano para sacarle importancia—. Lleva a tu novia al baño se encuentra abajo.
—Claro.
Ambos no negamos la petición, aunque quería retirarme seguí aferrada a Marcus todo el momento. Aguanté como pude aquel indicio de vómito tratando de respirar con normalidad mientras avanzábamos por la fiesta.
—Realmente lo odias —él susurró.
Al bajar por un tramo pequeño de escaleras llegamos al baño, había dos y cada uno estaba diferenciado. Eran individuales y por la gracia divina estaba desocupado, me separé y entré rápido cerrando la puerta en el proceso.