━Capítulo 11

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Natasha hundió el pie en el freno y las ruedas chillaron contra el asfalto.

Aparcó sin importante que el auto hubiera quedado mal ubicado. Se repetía constantemente que el arquero estaba bien y que todos las situaciones hipotéticas que su cabeza llegó a imaginar en esos siete minutos que le tomó llegar en realidad no habían sucedido, pero de todas maneras de un manotazo abrió la guantera y extrajo de ésta un arma calibre 9 mm que se escondió en el borde del pantalón, tapándola también con su camiseta.

Se expulsó del auto y le tomó apenas segundos entrar al edificio. Observó que el elevador estaba en el último piso, así que se dirigió a las corridas por la escalera, con un nivel de ansiedad que le comenzó a carcomer el estómago. Agitada, y con esos pensamientos negativos e intrusos colaborando con su preocupación, llegó en tiempo record al pasillo del departamento donde vivía Clint. Simone estaba parada al lado de la puerta del arquero, con expresión tensa y con su hijo menor cargando en los brazos. El niño de dos años estaba dormido contra el hombro de su mamá.

-Natasha -dijo con alivio.

-¿Abrió? -le preguntó, se oyó a ella misma con la voz turbada.

-No. Y no escuché nada más. La llamé a Kate porque no sabía qué hacer y Barney no me contestaba, te hubiera llamado pero no tengo tu número.

-Está bien. Hiciste bien en llamar a Kate.

-¿Qué hacemos?

-Ustedes vayan a su departamento y no salgan hasta que les avise. Yo me encargo.

-¿Segura? Mira si hay alguien que le hizo daño, es peligroso. Mejor llamemos a la policía.

Natasha negó con la cabeza. Sacó la llave del bolsillo. La presencia de los oficiales solo iba a entorpecer la acción si es que alguien continuaba ahí adentro. Natasha era más rápida y mejor que todos ellos. Además, si Clint tenía un enemigo, solo ella quería encargarse de él.

-Entren -le ordenó Natasha, sonando estricta y severa, mientras señalaba con su barbilla la puerta de su departamento-. No va a pasar nada. Confía en mí. Vayan.

Simone no estaba convencida, vaciló. Pero después se fue a paso apresurado a su hogar, que estaba en el extremo opuesto al de Clint. Una vez que le llegó el sonido de la puerta cerrarse, la rusa despacio y sin hacer ruido, metió la llave en la cerradura. Ingresó de la misma manera. Sigilosa, con todos sus sentidos alertas y sumamente atenta. Dio dos pasos mudos. Primero se cruzó con la cocina, que estaba a oscuras y vacía. La descartó enseguida.

Cuando llegó a la sala de estar, su mano se aferró a la empuñadura del arma de manera automática. La extrajo de su ropa y la asió con tanta firmeza que si alguien intentaba arrebatársela iba a tener que batallar como si estuviera en una guerra. Intentar quitarle un arma a una Viuda era un acto peligroso, pero intentar quitársela a Natasha era un acto suicida.

Se encontró con la luz del techo encendida que iluminaba las cuatro paredes. La pelirroja lo barrió con la mirada. No había señales de alguna persona que no fuera Clint, aunque él tampoco estaba; solo se topó con un espacio estático que parecía detenido en el tiempo. La televisión estaba reproduciendo en mute un partido de básquetbol repetido y sobre la mesita habían una taza con restos de café y dos botellas de cerveza.

Más atrás, en el fondo, el tocadisco de Clint estaba destrozado en el suelo y cerca de la diana estaba tirado el arco, a su alrededor dos o tres flechas partidas a la mitad.

Por más de que no había ninguna otra señal de violencia o anomalía, Natasha sintió que una gota de sudor se le resbalaba por la espalda. Su respiración no se normalizaba y le tamborileaba los pálpitos del corazón en los oídos. Tenía las manos transpiradas.

EL FIN DEL SILENCIO - clintashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora