━Capítulo 9

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Se sirvió café en la misma taza que el día anterior se la había pasado tomando bebidas alcohólicas. No se molestó en lavarla, tampoco se molestó en limpiar lo que había volcado en la mesada. Se estaba moviendo con tanta pereza que le costaba coordinar.

Anheló que con el primer sorbo de café pudiera sentirse mejor, como si tuviera la capacidad de eliminar las consecuencias de todos sus pésimos actos del dia anterior. Estaba devastado. También se sentía patético. Le hundía profundo un dolor escandaloso de cabeza y no se podía sacar el gusto agrio en la boca por más de que se había lavado los dientes. Estaba mareado, decaído y su estómago estaba revuelto. La pesadilla que lo despertó le había dado un nivel tan prepotente de bronca que cuando abrió los ojos sintió cada uno de sus músculos duros de tensión.

Se despertó transpirado y agitado sin saber muy bien si estaba en su departamento o escondido en la habitación que compartía con su hermano en esa maldita casa en Iowa. Al principio le costó saber qué día y qué hora era, pero se volvió a ubicar en tiempo y espacio a medida que ejercía esa agobiante rutina de levantarse, padecer dolores, ir hasta el baño y tratar de recordar qué había pasado ayer. Sus recuerdos se fundían con sus pesadillas y solo lograba concebir esa mezcla peligrosa que tenía lo peor de cada uno. En su mente tenía presente a su mamá, a Harold y a Kate. Y a Natasha, pero a ella siempre la tenía en sus pensamientos. Habían vestigios de imágenes confusas que transitaban en su cabeza. ¿Harold había golpeado a su mamá? Juró que la escuchó gritar. Vio sangre en el rostro de su progenitora y en el piso. También, fugazmente, se percató de unos ojos llorosos, de un semblante tan alerta como amenazante de Natasha y de una discusión que no tenía sentido, porque no tenía clara las imágenes.

Cuando se lavó con agua fría la cara lo recordó todo. En sus sueños era la misma costumbre de su padre dándole una golpiza a su madre, y en su realidad se había comportado tan mierda como Harold con sus amigas.

Al tragar el primer trago de café de la mañana sintió que el peso de los días ya acumulados y el que tenía por delante le estaban pegando una cachetada. El silencio tan desapacible e insondable de siempre le pareció volverse materia por la densidad cuando la percibió a Natasha detrás suyo. No se animó a darse la vuelta.

Bajó la mirada, la clavó en el líquido oscuro. Casi que podía ver su reflejo.

-Deberías irte a tu casa. -esperó haber dicho eso, temía que hasta su propia voz le traicionara. Si Natasha le respondió algo no se enteró.

La rusa esperó con una paciencia que no sabía que tenía tan fortalecida. Se sentó en la pequeña mesita que estaba en la cocina, con su taza de café entre las manos. Aún tenía la remera del arquero puesta y a esa arrugada prenda le combinaba su semblante de cansancio extremo. Sus ojos siguieron cada mínimo movimiento que hizo Clint al darse vuelta a enfrentarla.

-[Tú y yo tenemos que hablar.]

La mirada de Clint estaba apagada.

-Si me vas a decir lo mismo que ayer...

La rusa negó la cabeza.

-[No.] -y su rostro se convirtió en el fiel reflejo de la preocupación-[Sabes que conmigo puedes hablar de lo que quieras, no te voy a juzgar. Solo quiero saber qué te pasa, qué te tiene así.]

Clint no respondió. Se mantuvo en su lugar dejando que esa pequeña distancia espacial que tenía con Natasha no disminuyera. Se estaba poniendo a la defensiva y mantenerse alejado de todas las formas posibles era su principal mecanismo. Estaba nervioso, pues desvió su mirada demasiadas veces.

-[No estoy enojada] -le dijo y era verdad que no lo estaba.

Estuvo toda la noche reflexionando sobre Clint y no sacó ninguna conclusión que le diera alivio, solo se aferró a una creencia, que cada vez se hacía más volátil, de que el rubio en realidad no era así, sino que era una consecuencia de sentirse al borde de lo que fuera que estaba sintiendo desde hacía semanas.

EL FIN DEL SILENCIO - clintashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora