━Capítulo 33

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Verla llegar con un soplo de vida.

Los doctores que se arremolinaron a su alrededor, cuatro pares de manos sobre ella, las corridas, las indicaciones y órdenes, el "preparen el quirófano" y el traslado hasta éste.

Las puertas que se cerraban y que a él no le permitían cruzar. El sentirse desamparado en todo sentido en un hospital de California una madrugada de domingo.

Y luego el médico de guardia que lo revisó, le hizo preguntas, lo curó, le hizo pruebas, le mandó a hacerse una tomografía, le advirtió de estar atento la aparición de ciertos síntomas y le habló tanto pero que no se pudo concentrar en todo lo que decía. Eran palabras que se evaporaban, que entraban por sus oídos pero que su mente, tan ocupada martirizándose, no procesaba. Había algo en él que no funcionaba, que se estaba apagando.

El ir al baño y mirarse al espejo. El chaleco agujereado que le había salvado la vida pero que igual se había manchado de sangre. Manchas oscuras y ajenas. El sonido del agua al abrir el grifo, las luces fluorescente que le hacían doler la cabeza y sus propias manos. Sus manos todavía teñidas con la sangre seca de Natasha. Ver como ésta desaparecía cuando se las lavaba.

La espera. Las horas que pasaban y él se mantenía sentado en una silla incómoda en una sala prácticamente vacía porque parecía que el único sometido ese día a una desgracia era él. En el medio los malditos reportes. Dar explicaciones, dar detalles. Esas formalidades que no podía dejar de cumplir por obligación.

La fortaleza que necesitó para informarles a Phil y Maria sin despedazarse en el proceso.

El dolor que lo acorraló hasta dejarlo hecho un manojo blando al avisarle a Yelena. El mensaje de texto a Kate.

La conversación de índole más informativa con Hill, la lectura de toda la información que le envío y el parte médico de Natasha que no llegaba a pesar de que ya había amanecido. El "está en terapia intensiva. Puedes pasar a verla si quieres. El cirujano luego vendrá a hablar contigo" de una enfermera.

El poder volver a estar a su lado después de tantas horas.

Todo eso y sin embargo todavía no podía digerir lo que había pasado. No lo entendía, no cabía semejante fatalidad en su cabeza. Lo rechazaba, lo negaba. Tal vez en realidad era un sueño, o tal vez estaba delirando de dolor por el ataque de Adrien y todos esos meses que habían transcurrido fueron en realidad alucinaciones o alguno de sus trucos mentales. Hasta incluso era más factible creer que se había muerto ese día y que ahora estaba en su infierno personal que asimilar que Natasha estaba así, rodeada de tubos, cables, vías, conectada a no sabe cuantos aparatos, que se veía débil, marchita, pálida, desahuciada.

Se animó, sintiendo sus propias extremidades flojas, prácticamente líquidas, a estirar su brazo y tocarle la mano.

Entonces sí, estaba pasando, Natasha estaba postrada en una cama, con una bata verde claro cubriendo su cuerpo, tapada con sábanas blancas hasta debajo del pecho, con un tubo del ventilador medito en la boca y un apósito grueso cubriéndole la mitad izquierda del cuello.

Su piel no tenía su calidez habitual. ¿Estará teniendo frío? Le acarició los nudillos rojizos apenas rozándola, teniendo miedo de que si la tocaba con algo más de fuerza la podría romper o quebrar y Clint no quería que más nadie ni nada le hiciera daño, ofrecería hasta su propia vida para impedir eso, iría a la guerra más cruda, se enfrentaría a un pelotón entero. Llevó sus yemas hasta los dedos de Natasha y los recorrió todos. La uña de su dedo anular estaba partida, la punta de sus dedos medio e índice estaban envueltas con una venda. ¿Qué le había pasado? ¿Le habían arrancado las uñas? Una cruel imagen de Natasha siendo torturada mientras estaba atada a esa silla se le vino a la cabeza y tuvo ganas de vomitar de la repulsión y violencia que le hirvió en el estómago.

EL FIN DEL SILENCIO - clintashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora