━Capítulo 30

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Clint estaba parado frente a la puerta del apartamento de Natasha.

Tenía miedo. Miedo de todo lo que estaba llegando a sentir.

Tenía el pecho dolorosamente endurecido, era como si las paredes de su tórax se hubieran curtido hasta quedar sólidas como hierro, volviendo su interior algo similar a un cuenco donde tenía todas las emociones ahí metidas, caldeándose, hirviendo, revoloteando a la espera de desbordarse para que se le desparramara por todo el cuerpo y generar una vorágine que él sabía que no iba a poder controlar. Pero por ahora las mantenía ahí, retenidas, tapadas con fuerza porque no dejaría, no se rendiría ante el caos si aún no tenía la confirmación, sus palabras, sus promesas. Todavía resistía y si lo hacía era porque le quedaba una mínima dosis de esperanza y seguridad.

Tal vez entendió mal. Quizá no había pasado nada. O, hey, existía la posibilidad de que los implantes le funcionaran mal porque era más factible que pasara eso a que Natasha... No, ella nunca le haría eso. Nunca.

¿Verdad?

La puerta se abrió y el corazón de Clint, que ya se estaba cansando de latir como un condenado a punto de recibir pena de muerte, seguía sacudiéndose con sus últimas fuerzas. Ella salió a recibirlo siendo todo sonrisas, alegría y belleza.

—Hola. Ya te estaba extrañando —dijo ella y enseguida envolvió sus brazos en la nuca colgándose de él y lo besó en los labios. Fue un besito rápido y casto pues recién se los había pintado de un rojo que viraba al bordó.

Clint no pudo hacer nada. Ni devolverle el beso ni tomarla de la cintura ni decirle que estaba preciosa, todo lo que normalmente hubiera hecho. Ni siquiera encontraba allí en él el deseo de hacerlo.

—Solo me falta arreglarme el cabello y estaré lista para que vayamos —avisó. Ante el tono dulce que utilizaba con él, Clint, de forma involuntaria, se ponía a la defensiva.

Natasha lo soltó y se corrió a un lado para dejarlo pasar. Lo miró de pies a cabeza mientras él ingresó al apartamento, pasando por su lado. Clint, por su parte, no le dirigió la mirada.

—Estás muy hermoso —alagó ella, hasta se podía palpar el orgullo que emanó al decirlo. Clint oyó que cerró la puerta—. Solo tardaré cinco minutos y...

Y fue ahí que notó que algo andaba mal. La vacilación que cortó abruptamente su voz, el silencio frío y preocupado que le siguió.

—Clint, ¿estás bien?

Los pasos de Natasha se apresuraron hacia él y entonces Clint, con una fuerza abismal, con los órganos licuándose dentro suyo, se dio media vuelta para encararla.

Ella se detuvo antes de llegar a él. Tenía el pelo suelo, sedoso y divino, destellos de un brillo dorado en sus parpados, un vestido de satén color verde oliva que la hacía parecer entre una modelo de alta costura y un ángel caído del cielo y una expresión de preocupación y cautela que desencajaba en toda su apariencia, pues esa noche no debería estar así, no, debería seguir siendo frescura, esplendor y encanto.

Clint, con los brazos caídos a los costados de su cuerpo, cerró los puños.

—Te voy a preguntar algo y te voy a pedir —su voz se quebró en la última sílaba— que me digas la verdad.

El entrecejo de la rusa comenzó a arrugarse y por primera vez Clint no tuvo ganas de suavizar esas lineas con su dedo. En cambio, sus pupilas estaban fijas en ella, queriendo atravesarla de la ansiedad que lo ahogaba, no pudiendo en el intento.

—¿Estuviste con mi hermano?

La mandíbula de Natasha se aflojó. Nada en ella se alteró a simple vista pero la conocía tan bien, tenía cada tic almacenado en su memoria que ese minúsculo cambio en su cara lo notó. También el brillo de su mirada se apagó de forma brusca, como un apagón eléctrico que convertía una ciudad en un agujero negro.

EL FIN DEL SILENCIO - clintashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora