━Cápitulo 7

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Natalia Romanova fue plenamente consciente de su anhelo ferviente de libertad cuando vio un ave sobrevolar un cielo celeste e inmenso.

Era el rey del firmamento, el dueño del aire, planeaba con calma y seguridad, con esos ojos profundos y negros observando todo a su alrededor, desde la punta de las montañas del oeste hasta el mismo pasto dónde la Viuda Negra estaba parada, pues todo ese habitad le pertenecía. Observó sus alas largas, extendidas en todo su esplendor y cuando lo vio volar en una velocidad impresionante, lo consideró magnífico.

Preciso, calculador e igualmente impulsivo, detectó a su presa a cientos de metros de distancia. Su destreza era envidiable. Era majestuoso aunque era un animal, cazaba violentamente, salvaje. Sus presas eran víctimas de sus uñas encontrando una muerte instantánea, o lenta aprisionadas a sus garras. Tenía facilidad para matar.

"En ese sentido somos iguales", se dijo Natalia, que se había quedado quién sabe cuanto tiempo solo siguiendo el vuelo del animal con sus ojos. "Pero por lo menos el ave es libre".

Libertad. Esa idea, ese concepto, ese algo que simplemente para ella era una conjunción de letras cuyo significado parecía fantasioso, como un ser mitológico o un cuento de niños, nunca se posó en su cabeza, nunca ocupó lugar en sus pensamientos porque no la habían programado para eso. La libertad era una palabra prohibida.

Con el tiempo y la seguidilla de momentos y tormentos que le vienen por detrás, Natalia pensó por primera vez en la libertad como la sombra de un objeto que no existía, o que era invisible. Era tenue, endeble, casi transparente. ¿Fue ese su momento exacto de rebelión prematura? ¿Era ese su momento de quiebre, la aparición de un nuevo camino que podía, quizá, transitar?

No lo supo interpretar, para ella, solo había dos caminos posibles, y creía que estaba destinado solo a uno. Le decían que su empatía y esa culpa que le carcomía las entrañas la iban a llevar a la perdición, porque eso no era sinónimo de la fortaleza y dureza necesaria para convertirse en una Viuda. Lo que ella no sabía era que justamente eso era lo que la estaba haciendo más fuerte y resistente.

Ahogada en tormentos, y con la única creencia de que sus dos únicos destinos posibles era la muerte u honrar a la patria hasta serles inservibles, Natalia consideró que la libertad era de credibilidad cuestionable. Solo iba a creer en ella cuando la hubiera conocido.

Entonces vio el ave volar sin ningún tipo de ataduras y límites, y sin siquiera haber sido libre prácticamente durante toda su vida y por ende nunca estar familiarizada con ella, Natalia anheló la libertad fervientemente.

Ahí estaba, parada en el medio de un páramo de un país sudamericano, con el viento fresco golpeándole la cara, con la sangre aún fresca de la víctima que había matado minutos antes salpicada en sus botas, el cañón del arma todavía tibio y con los ojos puesto en un animal que antes nunca le había interesado pero el cual ahora sentía una fuerte conexión.

Ahí estaba Natalia Romanova, con su cuerpo siendo angustia porque por más anhelo vehemente y enfermizo, sabía que nunca se iba a sacar esas ataduras de encima para volar como lo hacía esa ave rapaz.

Dos días después, en lo alto de una terraza de una ciudad europea, Natalia se encontró con que ahí anidaba el mismo tipo de ave, al parecer adaptarse a las adversidades era otra cualidad que compartía con el animal. Esos orbes oscuros y profundos la observaron con la misma devoción que la Viuda miró el ave en el páramo; la midió, analizó si la consideraba peligrosa para su nido y para sus huevos. Le graznó una sola vez como advertencia y levantó vuelo. Por la cercanía para ratificar y porque durante esos dias había investigado, Natalia distinguió que esa ave era un halcón.

Esa misma noche un flechazo casi le perfora el cráneo.

La dejó apenas con un soplo de aire en sus pulmones, un corazón descontrolado, un desconcierto ensordecedor y un fino hilo de sangre que descendió por la cien porque la flecha había alcanzo cortarle un poco la piel. Desapareció, se resguardó tan rápido de aquel lugar porque el ataque provino de la nada misma y contra eso ella no podía pelear. Se reprendió, destilando odio a sí misma por el descuido.

EL FIN DEL SILENCIO - clintashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora