━Capítulo 23

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Fue Lucky quien primero lo recibió.

Habrá percibido su estado de ánimo, porque en vez de hacerle una fiesta de ladridos, saltos y movimientos de cola incontrolables, el perro se le acercó a olfatearlo con una intención más de acompañamiento, con idas y venidas calmas, girando a su alrededor en busca de caricias a modo de saludo, con una presencia que ofrecía consuelo.

Caminaron a la par hasta la sala de estar mientras Clint se agachaba apenas para acariciarle el lomo.

Y entonces lo vio a Barney, que como Lucky  también lo estaba esperando para recibirlo. El mayor estaba sentado en la silla de ruedas, se notaba que había vuelto hace poco de la calle porque seguía vestido con la misma ropa que con la que se había ido. Camisa manga corta, pantalones marrones, sus zapatos gastados, relativamente bien peinado. Cara de pocos amigos.

Clint no necesitaba eso en ese momento. Se molestó, ya de forma anticipada, porque sabía que, sea lo que fuera a pasar, iba a terminar de mal humor. De todas formas su tristeza siempre terminaba en enojo, era el único camino posible que conocía su gestión de emociones, sin desvíos.

—[¿Dónde estabas?] —le preguntó. Fue una demanda. Señas y expresiones que obligaban a dar una respuesta.

No respondió. Puso los ojos en blanco recién cuando se dio media vuelta y se dirigió hacia la cocina. Lucky era su sombra.

Abrió el refrigerador, se fijó en su interior y se refregó la nuca. Primero, le dio una feta de queso a su perro, que asomaba su nariz traviesa al interior de la heladera. Y después agarró una lata de Coca Cola que abrió rápido antes de arrepentirse, pues había otras latas ahí que lo tentaban más.

Barney apareció en la cocina.

—[¿A dónde fuiste?] —le volvió a preguntar. Ya le estaba cansando ver su cara de fastidio.

Era grande. Tenía treinta y cinco años, ya no hacía falta avisarle que iba a salir, que se iba a ir... pero esperar a que Barney se fuera a su cita médica para irse a hablar con Adrien le hizo acordar a cuando era adolescente, hace años atrás, cuando en el circo se escabullía a la noche para juntarse con alguna muchacha, o con el mismo Adrien.

Clint solo lo miró mientras bebía el refresco. Estaba cansado. No, no necesitaba eso. Quería dormir. Casi las siete y media de la tarde, ¿era hora adecuada para dormir una siesta que durara toda la eternidad?

—[¿Fuiste a verlo a Adrien, no?] —acusó—. [Dijiste que íbamos a ir juntos.]

—No, tú dijiste eso. Yo nunca te dije que sí —le respondió y se abrió paso hasta la puerta para volver a la sala. Se tiró en el sillón y su perro se le sentó al lado. Clint le acarició la cabeza.

—[El plan era ir juntos.]

—Necesitaba hablar con él a solas —dijo, elevando apenas el tono de voz, queriendo que con ese énfasis se terminara la conversación ahí.

—[Justo eso es lo que no quería.]

Clint resopló y elevó la mirada hacia el techo, como si ahí encontrara algo de paciencia.

—No intentó hacerme nada, si es eso lo que te preocupa. Ya no me puede agarrar con la guardia baja.

—[¿Pudiste hablar con él entonces?]

Primero asintió, respondiendo de manera automática. Observó a Lucky, que se acostó a su lado y usó su pierna de almohada.

—Sí.

Pero fue una afirmación endeble. Estaba poco convencido. También frustrado, enojado, incómodo.

Había ido a encararlo con una convicción que solo dios sabe quien se la podía quebrantar. Y entonces lo vio y lo tuvo enfrente y cerca y presenció en primera persona su ira y Clint no pudo reprocharle todo lo que necesitaba, no le pudo recriminar todo lo que quiso. Se inhibió, se quedó en blanco. Tanto que le había faltado decirle... Simplemente no pudo. Que Adrien siguiera teniendo cierto efecto en él era peligroso. ¿Preguntarle a Phil si le daba otra oportunidad para hablar con él antes de que lo encarcelaran era arriesgarse, no?

EL FIN DEL SILENCIO - clintashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora