━Capítulo 22

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Lo buscó en todas partes.

Comenzó por la caravana, esa chatarra oxidada que apenas se mantenía en pie y que los hermanos Barton por alguna razón apreciaban con más esmero del que merecía, pero no estaba ahí. Todo estaba estático, quieto, congelado en el tiempo, igual a como lo habían dejado antes de irse.

Siguió por el remolque de los animales, lo buscó en el camión de almacenamiento, en la caravana de las chicas, entre los árboles lejanos del campo donde estaban parando y hasta en su lugar secreto (ese que compartían, ese que solo ellos dos sabían), sin embargo no lo encontró.

El arquero no había dejado rastros. Su presencia se estaba evaporando y no quiso dejarse ganar por el susto, en parte la reacción de su amigo era esperable hasta entendible en cierto punto después de lo que había pasado. Había sido desconcertante y desagradable para él también, aunque admitía que al hombre que Clint mató por ¿error? no lo quería para nada. Pero, por otro lado, había llegado a creer que su amigo se iba a mostrar un poco más entero y resistente ante lo sucedido, pues siempre había idealizado al arquero, siempre lo había visto como un ser imperturbable y fuerte.

Se detuvo a pensar dónde podía estar. Ya no importaba lo que creía; si era bueno o malo lo que había hecho su mejor amigo no lo sabía, solo era consciente, en ese momento, que lo que sucedió implicaba un cambio o, mejor dicho, una desestabilización, especialmente para el rubio. De a partir de ese momento todo iba a ser diferente y Adrien, sin importar qué, estaba dispuesto a acompañar a Clint en ese cambio.

Decidió volver a la caravana de los Barton. Caminó en el medio de la noche, era de madrugada, la luna estaba en su punto más alto brillando silenciosa, el viento que sacudía las hojas de los arboles era frío, casi irreal para esa época del año. El sigilo de la atmósfera que lo rodeaba también se percibía ficticia. Le comenzaba a preocupar cada vez más el hecho de que no le había avisado a donde iba a ir, a donde lo podía encontrar.

Al llegar entró sin tocar la puerta. No lo hacía nunca, era su costumbre. Si le permitían hacer eso era porque pertenecía, se lo había ganado. Ese espacio eran tan suyo como el de los hermanos. Se frenó de golpe ni bien puso un pie adentro.

Había desorden (más de lo usual), un revuelo característico del nerviosismo, espacios vacios, falta de objetos determinantes. Barney estaba sentado en la cama de Clint, encorvado, echado hacia adelante con sus codos sobre las piernas y cubriendo su cara con las manos.

-¿Dónde está Clint? -le preguntó.

Debería haber preguntado qué había pasado allí, pero su superstición había hablado por él.

Adrien comenzó a sentir una presión sobre su pecho, una que a partir de ese momento jamás le iba a abandonar.

Faltaba algo ahí. Le generó una inquietud asquerosa no saber qué. Qué era. Dónde estaba su amigo.

Dio un paso adelante, temeroso, como si lo que tuviera en frente fuera una escena de crimen y tuviera miedo de borrar o alterar la evidencia.

Barney se refregó la nunca. Algo que también hacía el rubio cuando estaba nervioso. O a punto de alterarse.

Entonces lo notó. Lo solía tener colgado sobre la pared paralela a su cama. La carcaj apoyada entre ésta y su pobre mesita de noche. No estaban. Ni el arco, ni las flechas. Hasta su misma esencia, el de los objetos y el de su dueño, se habían desvanecido.

-Bernard, ¿dónde está Clint? -demandó saber, sacando a relucir ese autoritarismo que nunca necesitó con ellos. Uno endeble, le estaba ganando la preocupación, estaba temiendo lo peor.

Automáticamente el mayor de los Barton levantó la cabeza y le clavó una mirada peligrosa.

-Se fue -contestó, tajante.

EL FIN DEL SILENCIO - clintashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora