Capítulo 40

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Me sentía cálida, descansada y por completo cómoda en dónde estaba dormida. Y si abrí los ojos fue porque la luz del sol comenzó a molestarme en la cara. Así que enfoqué para darme cuenta de dónde estaba y casi me fui para atrás, cosa que no ocurrió porque yo ya estaba acostada, cuando me di cuenta donde me había quedado dormida.

Sobre el pecho de Matías.

Ya se estaba haciendo costumbre.

Matías y yo nos quedamos dormidos en la tumbona luego de conversar mucho. Hablamos de casi todo. Me desahogué luego de que me contara de nuevo sobre sus sentimientos hacia mí.

Él me abrazaba, por eso es que estaba tan calentita. Su barbilla encajaba con mi cabeza, yo estaba metida en su cuello y mis manos se hallaban en su pecho justo donde su corazón latía.

¿Cómo era posible que alguien podía otorgar tanta paz?

Era el amigo más grandioso del mundo, y no es que lo esté comparando con Axel, nosotros fuimos amigos mucho tiempo y esos años los valoro porque él logró que yo me sintiera bien, querida y apoyada, pero ahora sabía que podía tener más amistades y que nada opacaría esos años.

Lo miré de nuevo y mi corazón estaba latiendo acelerado. Porque esto era mucho. Nunca me acostumbraría a ello.

Alcé la cara y miré su rostro dormido. Sus ojitos grises cerrados y calma en su haber. Detallé sus facciones, su nariz perfecta, sus labios con se perfecto arco de cupido. Matías era muy guapo. Hermoso.

Y justo en ese momento me pregunté cómo sería besarlo.

Sentí como mis mejillas se enrojecieron. Sabía que debía verse como si tuviera fiebre, pero ese pensamiento llegó a mí y me sorprendió mucho. Porque de verdad quería besarlo. Bastante.

Yo no tenía mucho para comparar, era prácticamente nula mi experiencia en besar. Solo había sido un chico y tenía tanto miedo de que fuera horrible. Todos mis besos han estado empañados por algo. Por el alcohol, la culpabilidad, el dolor y la rabia. Pero nunca me han besado sin pensar en nada más.

Debe ser lindo.

Me volví a acurrucar no queriendo volver a la realidad. Tenía que volver a casa y seguir en este proceso de curación. Matías tenía que volver a Madrid para trabajar. Me quedaría para siempre aquí en este momento si pudiera.

Sentí un roce en el nacimiento de mi cabello luego un pequeño beso. —Buen día, Mel.

Hasta ahora todavía se me hacía raro que me hubiese puesto un apodo diferente al de la forma en que me llamaba las demás personas, pero se sentía más único. Como algo especial y solo de él.

—Buen día, Matt.

—Hora de volver a casa. —volví a sentir un besito en mi frente—. Desayunemos.

—Siempre me compras con comida.

—Cualquier cosa para estar más tiempo cerca de ti.

Me ruboricé aún más si era posible y traté de actuar normal, pero es que a veces no podía concebir que él disfrutará de mi compañía. Pese a lo que me había contado, siempre parecía contento de tenerme cerca.

No quiero lastimarlo. No deseo hacerlo porque no lo merece.

Cada uno tomó la habitación desperdiciada y quedamos de vernos para desayunar en veinte minutos. Al terminar de ducharme, estaba dispuesta a salir del baño cuando una imagen me hizo devolverme. Y fue cuando me enfoqué completamente en mí.

Estaba cambiada.

Poco a poco mis mejillas estaban tomando color y las bolsas que tenía bajo mis ojos se fueron desapareciendo con el descanso de los pasados días. Esa parte de mi rostro que se veía demacrada ya no estaba. Parecía estar bien. Parecía que sanaba.

Hasta que el sol vuelva a sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora