Estacioné en mi edificio, se sentía raro luego de tanto tiempo sin estar aquí. Yo me sentía diferente también. No era la misma que dejó este lugar luego de dos meses.
Un aluvión de recuerdos llegó a mí y yo los abracé con cariño. Aquí pasé algunos de los mejores momentos de mi vida, conocí que era crecer y me enamoré.
Y hoy me despedía de ese lugar.
Mi hermano venía conmigo, me acompañaba para lo que sería una de las tareas más difíciles de mi vida. Empaquetar seis años de mi existencia en cajas y maletas.
Abrí la puerta. Era un desastre de mi última vez que estuve aquí. Los muebles no tenían los cojines en su sitio, una película de polvo se veía en las paredes, los platos lavados, pero no guardados en su sitio.
Llegué a mi cuarto y encontré la ropa tirada sobre la cama. Admito que cuando me fui me volví loca, no tome las cosas con calma y hui en medio del dolor. Yo había cambiado, seguía estando en reparación, pero he mudado mucho desde que llegué a casa de mis padres con el alma despedazada.
Ahora podía mirar las cosas desde otro cristal.
Comencé la larga tarea de recoger mi ropa y colocarla en maletas. Pieza por pieza iba llorando en el proceso. Pero debía hacerlo, cualquiera que sea la decisión que tome, yo debía hacer esto. Cerrar esta etapa de mi vida atesorarla en mi corazón.
Escuchaba como mi hermano guardaba mis cosas en cajas. Los electrodomésticos y muebles eran del lugar, así como la cama y lo demás. Lo mío eran pocas cosas, como utensilios de cocina y mis libros.
Él fue llevando las cajas hasta su camioneta mientras que yo me dedicaba a darle una limpieza al lugar. Puliendo cada extremo del sitio que fue mi hogar por tanto tiempo.
Yo no me quería demorar demasiado, el motivo radicaba en que yo tampoco quería encontrarme con mi vecino. Yo no estaba lista para verlo, dudaba que algún día lo estuviera, pero al menos ya estaba en Madrid. Ya no me escondía. Era un paso en la dirección correcta.
Además, dentro de unos días era la graduación, así que era lógico que lo viese ahí.
De momento comencé a estornudar por el polvo y con ello se unió el llanto que tenía acumulado. Mi hermano entró y me vio en plena crisis de melancolía y no preguntó, solo se sentó a mi lado en el suelo y me abrazó mientras yo seguía siendo está persona llorona. No por ello era débil. Reprimir los sentimientos no me haría invencible, solo cimentaría un sinfín de heridas que serían difíciles de reparar.
—Lo sé, pequeña.
Yo me quedé un ratito más abrazada a él. Luego me ayudó a levantarme y terminamos de limpiar. Al ver que se encontraba impoluto, un nudo en mi garganta se formó. Era el cierre. El fin de un ciclo.
Di una última revisada y no encontré nada mío. Todo lo que estaba aquí pertenecía al apartamento. Se sentía vacío sin mis cosas, solo y no parecía el lugar en donde yo leía hasta quedarme dormida o bailaba alrededor pese a que lo hacía mal.
Todo había cambiado.
Cerré la puerta y mi hermano me sostuvo por el hombro. Abajo estaba el dueño del apartamento que esperaba con su hija, una chica que no se veía mayor a mí y quien a veces le daba el dinero de su padre —Señorita Islas
—Señor García. —entregué la llave—. Está todo limpio como lo entregó.
—Lo sé, has sido una buena inquilina.
—¿Conoce a alguien a quien pueda dejarle mis utensilios de cocina?
—Bueno, ahora que lo dices, si. Mi hija se va a mudar con mi nieta y le serviría tener esas cosas. Si no lo vas a necesitar, te lo agradecería.
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Hasta que el sol vuelva a sonreír
Teen Fiction¿Cuál es el cliché más grande de todos los tiempos? Enamorarte de tu mejor amigo. Soy Amelia y tenía una existencia normal, sin nada resaltante en ella. La típica historia, no podía negarlo. Mi vida social era casi nula, el cero a la izquierda. Has...