Capítulo 35

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La mañana siguiente me desperté a duras penas, pero lo hice. Caminé hasta la cocina y ahí estaba mi madre ordenando la comida del día. Ella no se había percatado de mi presencia, por lo que caminé hasta ella y le abracé por la espalda.

—Buenos días, mami.

Ella se giró hacia mí y vi preocupación. Sabía que mi acto de desolación de ayer la dejó bastante pensativa, ahora que lo pensaba me sentía un poco exagerada. Pero luego entendí que mi dolor era mío y yo experimentaría lo que a él le pareciera correcto. Las clases de psicología del duelo en la universidad si sirvieron de todas formas.

—Mi pequeña. No me está gustando verte así. Estabas mejor.

Sí, había avanzado mucho, pero las noticias de las últimas horas habían cambiado todo. Incluso me hicieron pensar en tanto. Podría ser mi oportunidad de estar con él.

Pero dentro de mí esa posibilidad, no comprendía la razón, pero yo no la sentía correcta.

Y sí, lo seguía queriendo, pero yo tenía que empezar a sanarme. No podía embarcarme en una situación sin haber acomodado todos mis problemas. Yo tenía que aprender a que mi mundo no giraba en torno a una relación amorosa. O bueno, en mi caso a la ilusión de lo que nunca pudo ser.

El detalle residía en que me sabía toda la teoría, más no la practica. Esperaba que todo lo que predicase saliera bien.

—Isabel me llamó para decirme que Axel no se va a casar.

—¿Y qué vas a hacer?

Una muy buena pregunta la cual yo no tenía respuesta aún. Esto no se hacía más fácil cada día.

—¿Sinceramente? No sé. Sólo que no estoy lista para verlo. Esto me lastimó mucho.

—¿Y Matías?

Mi corazón dolió por él, no quería tampoco lastimarlo a él. Esto era complicado para los tres implicados en este desastre. Axel y yo por no saber actuar ante nuestra rota amistad. Matías por haberse enamorado de mí.

Ninguno era culpable.

—No lo sé.

No seguimos hablando del tema y me fui hasta el comedor del hostal. Ahí comenzó mi trabajo de mesera y me permití por unas horas olvidar el desastre que había reventado la noche anterior. Una calma se hizo parte de mí.

Estaba entregando una taza de café cuando escuché un grito desde la cocina. Eso me alertó y cuando llegué vi un desastre de sangre. Y una de las ayudantes tenía la mano envuelta a un paño que estaba pintado de rojo.

Eso no pintaba bien.

Obvié todo lo demás y me acerqué a la chica que no podía tener más de veinte años y que lloraba desconsolada.

—¿Qué ocurrió?

—Estaba cortando y el cuchillo se resbaló, me corté mucho.

—Déjame mirar. —ella negaba, pero yo estaba decidida a ayudarla—. Por favor Luz, déjame para ver qué tan mal está y si lo puedo curar aquí o hay que llevarte al hospital.

Ella me extendió su mano a regañadientes y tomé antibacterial para quitar cualquier impureza de mis manos. Abrí la tela blanca y me encontré con un corte entre los dedos índice y corazón, había piel colgando en él.

—Es de llevarte a la consulta. Vamos.

Mi papá había ya encendido su auto y estaba con Luz detrás. No paraba de llorar y solo podía pasar mi mano por su espalda para que se calmara.

Cuando llegamos al consultorio, la única enfermera del lugar, que por cierto parecía recién sacada de la escuela, nos miró como si fuéramos un montón de locos.

Hasta que el sol vuelva a sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora