Peeta

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Las náuseas se arremolinaron a través de mí mientras miraba al papel en mi mano de repente húmeda.

Ella me dio otra D. Yo realmente lo había intentado. Planté mi trasero en una silla, concentré toda mi atención en la tarea y escribí las cinco páginas de mierda que eran requeridas. Tampoco hubo ni una sola línea plagiada en todo el ensayo.

¿Y todo fue por una jodida D?

—Increíble —dije en voz baja.

—¿Dijo algo, señor Mellark?

Levanté mi rostro de la gran D roja en mi ensayo para encontrar un par
de cejas oscuras arqueadas con petulante supremacía. Una mirada gris aguda me penetró, desafiándome a cuestionar mi calificación.

Con la mandíbula apretada, negué con la cabeza; mi cuello tan rígido por la mentira que apenas podía moverlo. —Nop —dije, mi voz lo suficiente baja que era apenas audible—. No dije nada. —Ni una maldita cosa.

La Dra. Everdeen me miró por un segundo más, con expresión maliciosa.

Sabía que mis ojos estrechos y dientes apretados solo alimentaban su ego, pero no podía evitarlo. Tampoco podía evitar la manera en la que mis estúpidos ojos de mujeriego traidores buscaron su trasero cuando se dio la vuelta y continuó por entre la fila de escritorios para entregar el resto de los ensayos calificados.

Afortunadamente, el dobladillo de su chaqueta desaliñada bajaba para cubrir la parte trasera de su falda, ocultando las curvas femeninas que podría tener, porque no estoy seguro de que apreciaría un buen trasero en ese momento.
Pero ser negado de la vista solo me enojaba más. Era obvio que ella le
daría a un chico una mala calificación y luego le negaría el placer de mirar algo
bien redondeado y apretado. No importaba que tan ridícula se viera con esa vestimenta —como una niña invadiendo el armario de sus abuelos para jugar a disfrazarse— un trasero era un trasero, y yo quería un vistazo. Culpen a mi
cromosoma Y.

Observando sus enormes hombreras y sus mangas enrolladas hasta sus codos, estuve tentado a decirle que llamaron los ochentas, y querían recuperar su chaqueta. Eso probablemente ganaría unas risas burlonas de la clase. Tal vez lograría que se ruborizara o alguna mierda, que de seguro me haría sentir mejor por la manera en que me humilló. Ojo por ojo y todo eso. Pero mi mandíbula se negaba a aflojarse lo suficiente para formar palabras reales.
En serio, ¿cómo se atreve a darme otra D después de todo el trabajo que hice en su estúpida tarea? ¿Se daba cuenta de lo mucho que me esforcé, de cuánto necesitaba una calificación decente?

—Psst. Oye, Mell. —Gale, mi receptor de primera línea favorito
y compañero de habitación, se inclinó a través del pasillo para atraer mi atención—. ¿Cómo te fue?

Rodé los ojos con el símbolo universal de irritación de no preguntes. —¿A ti?

—Otra C. Juro que Everdeen le tiene miedo a dar una A.

—Yo obtuve una A. —Sidney Chin, la mascota de la profesora, se dio
vuelta en el asiento para sacudir alegremente su ensayo en nuestras caras. Mientras la letra escarlata en la parte superior del ensayo brillaba, noté que un signo más se hallaba a su lado. No hubo un signo positivo al lado de mi D.

Gale se rió. —Eso es porque tienes tetas, cariño. Lo juro por Dios,
Everdeen debe ser lesbiana. No le da una A a ninguno que tenga pene, sobre todo si está en el equipo de fútbol.

Me estremecí ante su réplica ofensiva, preguntándome qué tanto faltará antes de que uno de sus estúpidos comentarios lo meta en problemas, incluso cuando silenciosamente me encontré de acuerdo en lo que dijo sobre la parte del fútbol. Everdeen me trató como a un deportista tonto desde el momento en que descubrió que era el mariscal de campo de la universidad. Estaba completamente fuera de cuestión que era un deportista y no muy hábil académicamente. Pero lo intentaba, maldita sea. No era como si dejara de lado el trabajo por cosas mejores; puse mucho esfuerzo en lograr una mejor calificación.
¿Tenía que restregar mis defectos tan alegremente en mi rostro?

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora