Peeta

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Gale holgazaneaba en la cocina cuando entré por la puerta principal de nuestro apartamento. Mientras la cerraba de una patada tras de mí, apareció en la abertura junto al desayunador, con los pies descalzos y sin camisa, y sus pantalones colgando en sus caderas. Solo tuvo que ver mi cara para saber que pasaba algo.

Una petulante mirada lasciva se extendió por sus rasgos. —Así que...
¿cómo estuvo tu reunión con Everdeen?

Le di mi mejor mirada de jódete y dejé caer mi mochila pesadamente en el suelo antes de desplomarme de espaldas en el sofá. —Es como si acabara de tener una sesión de una hora con una psiquiatra. Lo juro por Dios, ¿quién diría que la literatura era sobre sentimientos y emociones? Maldición. Gale se rió disimuladamente.

—Entonces, ¿va a dejarte reescribir un nuevo trabajo o qué? —De hecho, sí. Es raro, ¿eh? Pero solo porque su jefe tiene una erección por mí o algo y la forzó a darme una segunda oportunidad.

—¿De verdad? ¿Tuviste que darle sexo oral para que eso pasara? —Se
apoyó en la pared y movió las cejas sugestivamente.

—¿Qué? —Deslizando un cojín que descansaba bajo mi cabeza, lo lancé
hacia él tan fuerte como pude—. Jesús, Gale. Eres un imbécil tan vulgar, que me irritas completamente. Atrapó el cojín en su pecho y rió disimuladamente.
—Maldición, también te amo, bebé. Oye, apuesto que si te ofrecieras a enseñarle a la lesbiana a batear para el equipo correcto, cambiaría tu calificación a una A sin que tengas que preocuparte por escribir otro trabajo por el resto del semestre. Suspiré y decidí ignorarlo, o se pondría peor. Pero el idiota había tocado una fibra sensible. Si alguna vez se diera cuenta de que en realidad pensaba en ella de esa forma, nunca dejaría de recordármelo. Vaya humillación.
Enfocando mi atención en el techo, noté una nueva mancha de humedad creciendo en la esquina. Genial. La peor parte era que no podía mencionarle la fuga a nuestro casero o aumentaría nuestra renta de nuevo, como lo hizo este invierno cuando le pedimos que arreglara el sistema de calefacción. Las reparaciones no son gratis, había dicho.

—Oye, deja de fantasear con follar a tu maestra, idiota. —Gale pateó mis
pies del extremo del sofá al tiempo que pasaba, dirigiéndose hacia el corredor que llevaba a nuestras habitaciones separadas—. Es noche de chicas. Tenemos trabajo que hacer. Pido ser el primero en la ducha. Gemí, habiendo olvidado completamente qué día era. Cada jueves era noche de chicas en Forbidden, el bar donde Gale y yo trabajábamos. Eso significaba que solo los empleados varones tenían que ir a trabajar, y ya que los cinco chicos éramos barman, algunos de nosotros teníamos que cambiar y
hacer de mesero por esa noche.
Mis propinas se elevaban cuando atendía mesas en las noches de chicas, pero maldición, las mujeres ebrias podrían ser jodidamente inquietas. No es que no me molestara un pequeño agarrón de trasero de alumnas lindas. Pero
después de un par de horas de eso, mi trasero empezaba a irritarse.
Y eso era solo de las mujeres que iban por la puerta de atrás. Me vi
forzado a usar un suspensorio un par de meses atrás debido a todas las manos hambrientas que agarraban mis genitales.

Sí, era así de loco.

Una hora después, estaba siguiendo a Gale hacia afuera, ataviado con una entallada camiseta negra y vaqueros, lo que era el uniforme reglamentario de los hombres en Forbidden. Ya que no poseo mi propio auto, me subí al asiento
del pasajero de la camioneta de Gale al mismo tiempo que él se deslizaba detrás del volante.
Cinco minutos después, nos estacionamos frente al club nocturno y tomamos un minuto para ver el silencioso edificio antes de salir de la camioneta. En una hora, el lugar estaría a reventar, y desaparecería la paz que teníamos ahora. Pero... también pagaba las cuentas y me ayudaba a enviar a
casa algo de fondos extras a Caroline, de modo que pudiera pagar aquellas cuentas.

—¿Estás listo para esto? —pregunté, abriendo la puerta. Gale rió. —Nací listo, hijo de puta. —Mientras me seguía a la puerta principal, sacudí la cabeza, preguntándome si siquiera era capaz de no salir con una respuesta políticamente incorrecta a cualquier pregunta que alguna persona le hiciera.
Después de abrir la puerta y deslizarnos dentro, busqué con la mirada en el interior a los otros tres chicos que se suponía trabajaban esta noche.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora