Peeta

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Sabía que jugaba con fuego, pero no me importó. Cada vez que tenía un
momento libre, me encontraba deambulando de vuelta a Katniss al final de la barra. Katniss. Amaba su nombre. No era en absoluto lo que debería ser serio y conservador nombre de profesor. Era inusual y único, justo como el efecto que tenía en mí. El por qué me provocaba cosas que nadie antes provocó, era
algo que no conocía, pero no lo cuestionaría. Me gustaba.
Me decía a mí mismo que era solo para mantener un ojo en ella, porque ordenaba una nueva cerveza cada vez que me volteaba; casi me convencí que estar cerca era noble, o alguna mierda parecida. Pero estar más cerca de ella se sentía correcto, justo donde pertenecía. O quizá me lanzó algún tipo de hechizo. No me podía alejar lo suficiente antes de que regresara.
Peor aún, me seguía hablando cada vez que entablaba una conversación. Tenía que seguir retrocediendo. Debía hacerlo.

—No puedo decidir si ustedes van a estrangularse, o van a hacerlo justo
aquí —murmuró Finnick la tercera vez que me alejaba de ella por un intrépido cliente.

Levanté la mirada del vaso que sostenía bajo un grifo de cerveza que fluía. —¿A qué te refieres?
Sabía exactamente lo que quería decir. Solo esperaba que no fuera tan obvio para alguien externo.
Finnick enarcó su ceja como si no pudiera creer que haya preguntado.

—Siguen mirándose entre sí, y diciendo cosas que parecen un intercambio de insultos. Pero son los malditos insultos más calientes que he visto intercambiar a dos personas. Como si cada "jódete", fuera solo un código, que en su lugar dice "jódeme".

Mierda, veía exactamente como me sentía. La observé porque no podía evitarlo. Se volteó ligeramente de manera que podía mirar a la multitud. Pero, incluso verla hacer eso, me provocó un choque de lujuria que se propagó a través de mi cuerpo.

—Sí —murmuré distraídamente, ya que Finnick no iba a la universidad y no podía saber que era una de mis profesores—. Tal vez. Sin embargo, admitirlo en voz alta no disminuyó nada mi deseo. Después de verbalizarlo, mi cerebro pareció aceptar lo que mi cuerpo ya sabía, y solo me hizo desearla más.

Deslicé el trago rebosante al chico esperando con un billete levantado en mi dirección. —Guarda el cambio —gritó.

—Gracias. —Ni siquiera presté atención al billete. Simplemente abrí la caja registradora, y lo metí. Mi mente y cuerpo solo pudieron concentrarse en una cosa en ese instante. Volteándome hacia ella sin que lo note, me incliné contra la barra y grité sobre la música y conmoción—: Así que, ¿qué hace en la escena universitaria, dado que obviamente está muy mayor para ser uno de nosotros; los simples
estudiantes mortales que vamos a clases a un ritmo normal?
Saltó ligeramente, y giró hacia mí, electrizándome con esa increíble
mirada. La sonrisa secreta que mostró jugó con cada posible nivel
cuando se rehusó a responder mi pregunta. Asentí, intencionadamente.

—Ah. ¿Una cita, no?

Se sonrojó, estimulándome en una caliente y pesada lujuria. Jesús, su
sonrojo era adictivo. Y maldita sea, ¿por qué demonios me sentía provocado por mi desaliñada profesora de literatura? Todo esto iba mal. Ella no debería ser permitida de usar un vestido como ese, o peinar su pelo así, o maquillar su rostro de esa manera. O lamer sus jodidos y suculentos labios, nunca, pero especialmente no después de cada trago que bebía.
Quería arrastrarla a la parte trasera, y follarla sin sentido en el débil sillón de la sala de descanso. Desde atrás. Ya podía imaginar cómo se sentiría enterrar mi rostro en ese desnudo hueco del cuello mientras quitara de un tirón
la falda, y deslizaría las bragas.
Y ahora me pregunté qué tipo de bragas usaba mi desaliñada profesora de literatura.
¿Usaba bragas? Dios mío.

—No dije que era una cita. —Sus hombros se enderezaron de ese modo altanero que hacía en clases. Pero, sin su anticuada chaqueta con hombreras para ocultarlo, lucían muy atractivos cuando subían con indignación. Muy sensual. Muy malditamente ardiente. Quería pasar mis manos por su cuerpo.
Mucho. Pero sonreí para esconder mi intensa calentura.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora