Katniss

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Mi cabeza se sentía como si fuera a explotar. Rodando hacia la fuente de calor que me mantuvo cómoda durante toda la noche, enrollé mis piernas, esperando encontrar algo sólido y tangible que irradiara calor y refugio. Pero todo lo que mis dedos encontraron fueron frías
sábanas vacías. Arrugando mi frente, hice una mueca cuando las pequeñas hachas en mi cabeza acuchillaban el interior de mis sienes. Con un gemido, enterré mi cara aún más en mi almohada para bloquear la luz que inundaba mi
habitación. Inhalando un nuevo olor, algo picante y masculino, respiré profundo, preguntándome en dónde se originó ese aroma encantador y qué hacía en mi
almohada. Hasta que recordé...

Peeta Mellark. En mi coche. Trayéndome a casa. Luego, Peeta Mellark. En mi cama. Besándome. Con lengua. Su mano entre mis piernas. Querido Dios, besé a Peeta Mellark y lo traje directo a mi dormitorio. Me arqueé debajo de él, rogándole que... Oh, Dios. Esto era malo.

Ya temiendo lo peor, me lancé en posición vertical, abriendo los ojos y
mirando hacia el otro lado de mi cama, sabiendo que lo encontraría allí. Pero cuando no encontré nada más que sábanas y una almohada aplastada, me sentí decepcionada y descorazonada. Mi cabeza palpitaba, y me balanceaba vertiginosamente. Fue entonces cuando me di cuenta del vaso lleno de agua en la mesita de noche al lado de una botella de aspirina con una hoja doblada de papel blanco
apoyada contra ellos. Gimiendo mientras mi dolor de cabeza rugía de nuevo a la vida, agarré la nota.

Oye. Solo quería que supieras que no hiciste nada malo anoche, y no hay motivos para lamentar lo ocurrido... como sé que lo estás haciendo. Pero no te preocupes. Podríamos haber hecho mucho más. Sé que lo correcto, tal vez, sea
disculparme por no pararte de inmediato cuando me besaste borracha. Pero no me arrepiento en absoluto. Fue... increíble. En serio, no te preocupes. Todo va a estar bien. Cuídate. Bebe todo el vaso de agua y no tomes más de tres píldoras. Si necesitas algo, llámame.

P. M.

Me quedé mirando su número de teléfono, que garabateó en la parte
inferior de la página, memorizándolo a pesar de que mandaba a mis ojos a mirar a otro lado.

Pero, oh guau, me dejó una dulce carta considerada. Y sus palabras en
realidad funcionaron. El pánico que había estado experimentando una fracción de segundo después de despertarme fue involuntariamente drenado de mi sistema.
No habíamos hecho nada tan malo después de todo. ¿O lo hicimos y él
solo trataba de endulzarlo? Mierda, no podía recordar mucho de lo que había sucedido, pero Peeta parecía pensar que estábamos bien, por lo que me negaba a preocuparme.
Excepto que durante todo el día, pequeñas piezas del rompecabezas de mi memoria volvían, recordándome algunas de las cosas que le dije. De verdad no podía creer que le apretara el brazo en el bar y le preguntara si a las mujeres les gustaba tocar sus músculos mientras tenían relaciones sexuales con él. No, debí haber soñado esa. No importa cuán acabada estuviera, yo nunca diría...

Oh, Dios. ¿Lo hice, verdad? Era tan horrible. ¿Cómo se suponía que
volviera a mostrar mi cara en clase? ¿Cómo podría siquiera poner un pie en el campus? Mientras el domingo avanzaba, seguía mordiéndome las uñas y mirando el teléfono, solo esperando que algún administrador de la universidad llamara y me despidiera. Luego me atormentaron otros recuerdos, como aquel donde Peeta Mellark me levantaba, y yo enrollaba mis piernas alrededor de su cintura al tiempo que él me besaba sin sentido contra una pared. O cuando se frotó a través de mis bragas. Mi estómago se calentó y mis muslos se volvieron débiles. Incluso aunque los recuerdos eran vagos y borrosos, tenían el poder
de agitarme hasta que me volví un desastre caliente y desenfrenado.
Sabía que tenía que estar completamente avergonzada y escandalizada. Tiré por la ventana mi código de ética y moral, y escogí a uno de los más grandes mujeriegos en el campus para hacerlo. Me sentía horrorizada de mí misma. Más o menos. Todos los halagos mantenían ahogados mis pensamientos honorables, porque me encontraba totalmente encantada de que Peeta Mellark,
el chico que me encendía como nadie más, el chico que me encantó con su ensayo de literatura y me confió sus más grandes secretos, me quisiera. Podría tener a cualquier chica del campus, más guapa, más joven y más a la moda, con una personalidad mucho más animada que la mía. Espera. Peeta Mellark podía tener a cualquier chica que quisiera. Así que ¿por qué me eligió a mí? Yo no era gran cosa. Tragando temerosamente, presioné la mano contra mi pecho y traté de luchar contra la sensación de hundimiento cayendo pesadamente en mis
entrañas. Esto no tenía nada que ver con ese ensayo que escribió, ¿verdad? Porque ahora tenía un seguro de que yo nunca contaría su secreto a la administración de la universidad. Podrían despedirme con seguridad si alguien se enteraba de que estuve por ahí con un estudiante. No había tal regulación
para los estudiantes. Solo para la facultad. Si llegara a pensar en decirle a alguien acerca de su falso promedio de notas de escuela secundaria, él podría agitar esto frente a mi cara; lo que me llevaría a ser expulsada de Ellamore con
tanta seguridad como si hubiera tenido sexo con él.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora