Me encantaba el olor de las palomitas de maíz. Era el aroma prohibido de una juventud que nunca me permitían saborear. Sodas gasificadas también fueron un tabú en mi casa durante mi niñez. Tan pronto como pagué mi combinación de Pepsi y palomitas de maíz en el puesto, tuve que tomar un rápido sorbido de mi pajita y alzar un puñado de delicia mantecosa directo de la cima del cubo. Un par de palomitas cayeron por los lados demasiado llenos, y aterrizaron en el piso de concreto para mezclarse con las caídas de todas las compras anteriores. Me encantó. Era tan desastroso y despreocupado, algo que les habría dado un infarto a mis padres.
—Gracias —le dije en apreciación a la chica que acababa de entregarme
mi refrigerio. Mis padres me habrían regañado por charlar con la boca llena, pero aquí, a nadie le importaba. Disfrutando de mi zorrería vergonzosa, me volví y casi me estrellé con dos chicas que esperaban en la fila detrás de mí.—Tengo una clase de álgebra con él, y oh, dios mío, está tan bueno —decía una de ellas, sin siquiera darse cuenta que yo necesitaba pasar.
—Cierto. —La segunda chica se abanicó—. Tendría los bebés de Peeta Mellark sin pensarlo.
Oh, hermano. Rodando los ojos, murmuré un severo—: Permiso. —Y me giré de lado para deslizarme entre ellas. Pero esto estaba mal. Me desvivía por el mismo chico que un par de zorras quinceañeras y cabezas huecas. ¿Qué demonios pasaba conmigo? ¿Y por qué demonios empeoraba mi obsesión al asistir al partido de práctica primaveral... dónde él, obviamente, estaría jugando? Tal vez, debido a que yo en realidad amaba el fútbol, a pesar de lo mucho que todos los otros profesores con los que trabajé pensaban de forma absurda que debería anteponerse a una buena educación. O quizás, solo quería
ver a Peeta Mellark en pantalones ajustados arrojando un balón por todas partes durante todo la tarde. Me estremecí por el pensamiento y entré al estadio por la primera entrada que encontré. Mi asiento se ubicaba dos secciones por arriba,
pero no me importaba la caminata. Ayudó a despejar mi cabeza para lo que vería.Un par de jugadores se encontraban en el campo, calentando, pero no
sabía quiénes eran por sus números o cascos puestos, así que me concentré en encontrar mi asiento. Fue usado por un par de ocupantes ilegales, pero los eché a correr con una mirada intencionada a mi boleto antes de enviarles mi
mirada de maestra de ceja arqueada.Una vez instalada con las palomitas de maíz en el regazo, me bajé más la gorra en mi cabeza, esperando que me hubiera ocultado lo suficientemente bien. Ir de incógnito era también parte de la diversión. Ya que nunca me atreví
a hacer nada que mis padres no hubieran aprobado cuando viví en casa, nunca tuve la emoción de escabullirme. Aquí, me sentía perfectamente bien por asistir a un partido que horrorizaría a Mallory y Richard Everdeen. En realidad, no tenía que esconderme. Pero era divertido fingir. Además, ahora no quería ser reconocida como la Dra. Everdeen. Los estudiantes siempre se aproximaban con alguna clase de pregunta de una tarea, y en este momento, solo quería ser Katniss, la
espectadora de hombres sexys en pantalones ajustados... eh, quise decir, de fútbol. Las personas no tendían a reconocerme cuando usaba pantalones vaqueros y una camiseta de mangas largas con la mascota del campus de un Vikingo. Así que fui con ello.Levantando la cadera solo lo suficiente para jalar la lista que adquirí, y sacándola de mi bolsillo trasero, la desdoblé y de inmediato comprobé el nombre de quién-tú-sabes. Él era el número doce.
El doce se convirtió en mi nuevo número favorito.
Al ser único juego fuera de temporada, este partido de práctica era una exhibición. Y me preparé para un espectáculo. Ahondando en las palomitas, comí puñados de una vez y tomé mi bebida, sintiéndome sorpresivamente joven y alegre. Mmm, reconfortante.
Criada por dos profesores universitarios, que me tuvieron en sus cuarenta y tantos, algunas veces me sentía como si nunca se me hubiera permitido tener una infancia. Esperaron que superara al resto; y habitualmente lo hacía. Cuando había comenzado la escuela, de inmediato me pusieron en clases superdotadas. Siempre fui más joven que todos mis compañeros y aun así, se esperaba que actuara tan madura como ellos, si no más madura debido a mi coeficiente intelectual. Y ya que nunca nadie quiso relacionarse con la chica fenómeno y genio, jamás tuve ningún amigo que podría haberme enseñado cómo ser una niña normal.
ESTÁS LEYENDO
La Dra. Everdeen.
RomanceTercer año en la universidad. Atleta estrella. La constante atención del sexo opuesto. Hasta que una persona vislumbra al verdadero yo. Nunca esperé conectar con alguien así o querer más allá de una noche. Esto podría ser algo real.