Peeta

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—Entonces, ¿qué crees que debo hacer?

Gimiendo, cerré los ojos y dejé que la parte trasera de mi cabeza
chocara contra la superficie del banco del aparato para levantar pesas que se hallaba debajo de mí. Por encima, la barra que acababa de levantar, quedó apoyada sólidamente en los montantes cromados.

—No sé, Caroline. —Era demasiado pronto para esto. Anoche trabajé
hasta tarde, y hoy había otra noche de mujeres pero éramos únicamente cuatro hombres para todo el bar—. ¿Qué tan malo es el moretón?

—¿A qué te refieres? —gritó mi hermana a través del teléfono—. Es un maldito moretón... alrededor de su ojo. Ya sabes que esa pandilla de matones lo golpeó.

Solté un suspiro agotado. Realmente necesitábamos un quinto camarero
en Forbidden. Inmediatamente. Me encantaba el dinero que me traía el tiempo extra de trabajo, pero esto iba a matarme.

—Sí, probablemente —le dije sin entusiasmo, y luego bostecé.

—Oh, Dios mío —reprendió Caroline—. No pretendo que te preocupes por nosotros, ni nada. Nuestro hermano mediano fue agredido por una pandilla.
Pero el pobre Peeta está cansado así que...

—¡Cristo! —Me senté, con el ceño fruncido en la sala de entrenamiento al tiempo que interrumpía a mi hermana—. Lamento si no estoy completamente
centrado. He estado trabajando mucho para poder ayudarte, lo sabes. Lo que me recuerda, ¿recibiste el cheque que envié el lunes? —¿O nuestra madre lo
interceptó y compró drogas?

—Sí, llegó ayer, pero eso no ayuda...

—¿Qué esperas que haga? ¿Que conduzca doce horas hasta casa para que les patee el culo a los pequeños vándalos? Ni siquiera tengo coche.

—Quería que hablaras con él.

—De acuerdo. —Me froté las sienes doloridas—. Ponlo al teléfono.

—Está durmiendo ahora.
Con un suspiro, cerré los ojos.
—Está bien. Voy a llamar esta tarde
después de clases y antes de ir a trabajar. Ahora, ¿qué pasa con Colt? ¿Se está sintiendo mejor?
La fiebre había persistido durante algunos días después de su episodio
con faringitis estreptocócica. Caroline me llamó llorando el sábado, justo antes de mi gran partido, para preguntar si alguna vez él mejoraría, pero entonces
ayer, por fin me informó que había regresado a la escuela.

—Oh, se encuentra bien. Ni siquiera se notaría que estuvo enfermo. No
estoy segura de por qué me preocupé tanto.

Sonreí con cariño. —Porque eres aprensiva de nacimiento. Seguro estás preocupada por el baile que tienes este fin de semana.

—No es cierto —argumentó, pero podía oír la sonrisa en su voz.

Me reí entre dientes, solo para ponerme serio cuando pregunté—:
¿Mamá aún no vuelve a casa?
Era una pregunta que rara vez me molestaba en hacer, pero mi hermana parecía más estresada de lo habitual. Necesitaba un poco de alivio. Y aunque mi madre era horrible, su presencia tenía que ser mejor que nada.

—Estuvo un par de horas la noche del martes. Se comió la mitad de los
comestibles de la nevera, y luego se dio una ducha y volvió a irse.
Rodé los ojos. —Parece normal.
—Por lo menos en esta ocasión no había traído a un perdedor con ella para acosar a mis hermanos.
Cuando un suspiro llegó a través del otro extremo de la línea, sentí la
necesidad de hacer sonreír a Caroline. Ella no sonreía lo suficiente. Me di cuenta al escuchar el sonido de su voz.

—¿Ya conseguiste ese nuevo vestido para el baile? —le pregunté, para
nada interesado en los vestidos, pero amaba a mi hermana sin condiciones.

—Sí. El martes después de la escuela fuimos de compras con mis amigas.
Asentí. —¿De qué color es? —Cuando un tacle derecho que entrenaba a un par de metros de distancia se detuvo para enviarme una mirada extraña por hacer esa pregunta, me di la vuelta. Podía pensar lo que quisieran de mí. Yo
sabía que hablar de vestidos animaba a Caroline. Y así lo pareció. —Azul —respondió, con la voz notablemente animada—. Bueno, verde azulado, técnicamente.
No tenía ni idea de qué color era verde azulado, pero eso no importaba. Caroline seguía divagando, describiendo su largo y el tipo de tela y la cantidad de volantes.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora