Katniss

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No puedo decir que me sorprendió oír a Peeta Mellark llamarme perra
rabiosa. Hubiera estado muy sorprendida si me hubiera defendido.

No, en serio, es una profesora increíble; he aprendido mucho de ella. Me siento como si su impacto en mi vida hubiera ayudado a mejorar la calidad de lo que soy como persona.

Sí, eso nunca iba a suceder.

Sin embargo. Su insulto -incluso esperado- me aturdió. El sonido que
hice no fue planeado. Es solo algo que atravesó mi pecho y salió de mi garganta en un dolor estrangulador.
Cuando Mellark y su pequeño discípulo se dieron la vuelta, me sentí sorprendida en el acto, a pesar de que no había hecho nada malo. Un calor bochornoso inundó mis miembros. Queriendo morir antes de dejar que me viera dolida, acomodé mis facciones todo lo posible, conteniendo mi expresión
cuando arqueé una ceja en silencio.

-Déjeme adivinar -murmuré con frialdad, o al menos en un tono que
esperaba sonara glacialmente helado, como si no me importara su opinión, porque lo último que quería era que pensara que me importaba... él-. Usted está un poco molesto por la calificación que recibió en su ensayo.

Sus ojos azules, casi violeta, se estrecharon duramente. -Usted sabe, es como si pudiera leer mi mente, Dra. Everdeen.

No parecía arrepentido por haber sido sorprendido atacándome. Ni
avergonzado. Ni siquiera fingía sentir un ápice de remordimiento. Simplemente me miró enojado. Me preguntaba si había sabido todo el tiempo que había estado caminando detrás de él y quería que escuchara su insulto.

Junto a él, el jugador de fútbol que tenía introducción a la literatura
conmigo se alejó un paso, disociándose a sí mismo de su amado mariscal de campo. Chico listo.

Fingí una sonrisa amable y asentí a mi némesis. -Bueno, tal vez cuando
reciba su doctorado, también aprenderá el arte de la telepatía, señor Estrella Mariscal de Campo.

Sus ojos azules brillaban con odio al tiempo que movía la mandíbula y
apretó los dientes. Los dos sabíamos que sus logros académicos nunca subirían tanto; no se encontraba aquí más que por el fútbol. De hecho, apuesto a que si comprobaba sus registros, iba a encontrar algo parecido a bordado como su
carrera. Pero Mellark era un luchador. Se negaba a recostarse y aceptar mis golpes verbales.

-Si recibir un doctorado me convierte en una perra rabiosa que
reprueba sin razón alguna a los hombres que no se lo merecen, entonces prefiero pasar. Gracias.

Manteniendo la barbilla alta, frunzo el ceño enseguida. -Como he dicho
en clase, si tiene alguna pregunta acerca de su puntuación, siempre puede hablar conmigo al respecto. Estoy en mi oficina todos los días de tres a cinco, disponible para hablar con cualquier estudiante serio.

Por el disgusto en su mirada, sabía que nunca iría a cualquier lugar cerca de mi oficina. Gracias a Dios. Estar encerrada a solas con él en mi pequeño espacio de trabajo, me haría entrar en pánico, literalmente; un ataque de
pánico a gran escala que me cortaría la respiración y necesitaría una bolsa de papel para respirar. Me recordaba demasiado a Zach.
Lo peor, era que incluso me afectaba de la misma manera que lo hacía Zach inicialmente. Odiaba la forma en que sus hermosos ojos hacían que mi cuerpo se calentara con todo tipo de respuestas inapropiadas, y también la
forma en que la curva de sus labios me hacía querer tocarlos con mi propia boca, preguntándome cómo se sentirían al estar presionados. Por encima de todo, detestaba nunca haber superado mi obsesión de la secundaria de fijarme en el deportista líder.
Debe ser algo de la selección natural e interna que no podía controlar. La supervivencia del más apto me llevaba hacia el hombre más fuerte, saludable y atractivo que parecía más apropiado para la reproducción de la especie.
Después de ver a esas dos putas a su alrededor hace unos minutos, sabía que tenía que ser bueno para algunas actividades reproductivas.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora