Peeta

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Golpeé mis dedos sobre mi rodilla mientras presionaba el teléfono a mi oído, esperando que alguien contestara. Finnick se tomó su tiempo antes de dar un saludo somnoliento como si lo hubiera despertado de la cama a las cuatro y media de la tarde. —¿Sí?

—Oye, ¿puedes cubrir mi turno esta noche?

—Vete a la mierda, eliges el peor momento de todos, Mellark. ¿Por qué no puedes trabajar?

—Es una larga historia. —Miré a Katniss tendida en la cama junto a mí, con los brazos descansando plácidamente a sus costados mientras sus pies se extendían hacia el final del colchón. Sospechaba que estaba despierta, aunque tenía los ojos cerrados—. Estoy en el hospital... con un amigo.

—¿Todo bien? —La preocupación en la voz de Finnick me hizo sonreír. Podía actuar como un matón todo lo que quisiera, pero el corazón del hombre era tan blando como el de un gatito. Se habría cortado su propia pierna para
ayudar a un amigo que lo necesitara.

—Nada que no puedan arreglar un par de puntadas. —Mi mirada halló el parche de gasa en la parte superior de su brazo casi hasta la curva de su hombro. Quince puntos de sutura para ser exactos.

—Bueno, está bien. Pero me debes una.

—Gracias. —Colgué y bajé el teléfono al mismo tiempo que las pestañas de Katniss se abrieron. El medicamento para el dolor que le habían dado debía de estar haciendo efecto porque sus ojos parecían vidriosos e incoherentes.

—No tienes que quedarte. En serio. Estoy bien. Si tienes que ir a trabajar, ve. Probablemente me darán el alta muy pronto.

—Y vas a necesitar a alguien que te lleve a casa una vez que lo hagan —
discutí en un tono suave y razonable. Me sentí como una mierda por haberla lastimado. Pero, ¿quién sabía que las esquinas de las cajas de cartón abiertas podrían causar tales profundos y desagradables cortes? Jesús, debí haberle dejado que tire de la maldita cosa ella misma. Habría estado, sin duda, ilesa ahora mismo. Y sabía que le había dolido, y mucho. Me dejó llevarla al hospital sin una palabra de resistencia.

—Puedo conducir bien. Tengo un pequeño corte. No es que me cortaran todo el brazo. —Pero tan pronto como habló, el color se fue de su cara. Sus ojos se desdibujaron como si sus propias palabras hubieran provocado un recuerdo
doloroso. Cerrando los ojos, dejó escapar un gemido de pesar—. No debí haber dicho eso. Eché la cabeza hacia un lado, confundido. —¿Por qué no? Parpadeó de nuevo, volviendo a enfocarse.

—Porque... —No contestó, solo me miró con los ojos muy abiertos—. Mi padre —añadió al final, pero eso
fue todo lo que dijo. De su bolso, un teléfono comenzó a sonar. Porque estaba sobre una mesa junto a mí, y no quería que ella se moviera, lo alcancé sin pedir permiso y abrí
la presilla superior. Su teléfono descansaba cerca de la parte superior. Mientras lo sacaba, vi que la llamada era de Padres.

—Toma. —Se lo di, pero solo me miró. Uno habría pensado que le daba una manzana envenenada o algo así. Así que traté de ser útil al decir—: Son tus padres.

—Oh, Dios. —Si antes había estado pálida, ahora era una hoja blanca—.
Es el karma. Sonreí, feliz de saber que no era la única persona que le culpaba toda su mierda al karma.

—¿Por qué el karma utilizaría el teléfono de tus padres para llamar?
Trataba de ser lo suficiente lindo para hacerla sonreír. No funcionó. En todo caso, parecía sentirse peor.

—Si supieras. Por alguna razón, quise saber. —Entonces dímelo.
Katniss se me quedó mirando con expresión sorprendida. El teléfono
seguía sonando entre nosotros. Parpadeó y sacudió la cabeza antes de tomarlo con dedos temblorosos.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora