Katniss

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Peeta no paraba de mirarme. Incapaz de responder la notable pregunta en sus ojos, me volví hacia Mason y Reese. —Aquí tienen. Consigan sus respuestas. Sin embargo, lucían tan sorprendidos como Peeta. Al final, Reese sacudió
la cabeza como para despejarla y agarró la caja. —Gracias.

—Apretando la mandíbula con determinación, enfrentó a la mujer que era demasiado parecida a mi madre—. Bueno, entonces todo está bien. ¿Dónde se encuentra el baño?

—No usaré esa cosa. —La señora Garrison se alejó un paso, horrorizada.

—Sí, lo harás —dijo Mason, con voz determinada y dura. Cuando parecía que ella iba a oponerse, sonrió con suficiencia—. Te diré algo. Hazte la prueba, y si sale positivo, me iré contigo en este momento.

—¿Disculpa? —Reese se giró para mirarlo boquiabierta. Él le apretó el
hombro como rogándole que confiara.

—Pero si te niegas, quiero que te vayas y nunca vuelvas a esta ciudad.

Un instante de indecisión cruzó el rostro de la mujer, pero al final asintió.

—De acuerdo —dijo Reese—. Vigilaré cada uno de tus pasos hasta que esto se termine.

—No irás con ella —reclamó Lowe.

Al mismo tiempo, la señora Garrison dijo—: Tú no me acompañarás.

—Yo iré. —Eva, la verdadera embarazada, levantó la mano.
Pero Finnick le agarró el codo.

—No lo creo, Campanita. Si Lowe no confía que su chica esté a solas con esa mujer, entonces no te acercarás a ella. No en tu condición. Tenía el presentimiento de que la señora Garrison trataría de engañar a Eva para orinar en el palito por ella. Así que, respiré hondo y tomé el asunto en mis propias manos. —Dame la caja. —Cuando Reese me la entregó fácilmente, miré a la señora Garrison—. Por aquí.

—¿Y tú quién te crees que eres? —se burló, sin moverse.

—Es la Dra. Everdeen —respondió por mí Reese. Haciendo hincapié en
la parte de doctora como si quisiera que la señora Garrison pensara que yo era una doctora, no una académica. La señora Garrison entrecerró los ojos. —Vaya, ¿no es curioso?

—Gratamente, sí. —Conociendo bien cómo tratar a las de su clase, le di un severo asentimiento, demostrando mi rígida indiferencia—. Ahora, ¿vamos?

—Me giré, sin esperarla y no me sorprendió oírla empezar a caminar detrás de mí—. Señor Mellark —llamé, nivelando mi barbilla alta—, ¿podría escoltarnos, por favor?
Él se alejó de la barra antes de que pudiera parpadear, tomándome del
codo suavemente. Sin decir una palabra, nos dirigió al pasillo. Nadie más nos siguió. Nos hallábamos a mitad del camino por el corredor oscuro antes de que se inclinara
y me susurrara al oído—: Vamos a hablar de esto. Asentí.

—Es la razón por la que vine a verte esta noche. Dejó escapar un largo suspiro. —Mierda. ¿En serio crees que estás...

—Espero, no pretenda que orine en un palo frente a usted, doctora.

—La voz chirriante detrás de nosotros hizo que Peeta apretara un poco más los dedos en mi brazo. Sabía que él iba a decirle algo humillante, así que hablé rápido.

—Oh, no se acercará al palo. Pero creo que podrá ocuparse del resto por su cuenta. —Me detuve frente a la puerta del baño y le tendí un vaso que robé de la barra—. Todo lo que necesitamos es una muestra.
La señora Garrison miró por un momento el vaso antes de arrebatármelo de la mano. Luego, furiosa, lo lanzó contra la pared. Cuando el vaso se hizo añicos, demandó—: ¿Dónde está la maldita puerta trasera en este lugar? Peeta se rió entre dientes. —Lo siento, no tenemos una.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora