Peeta

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Le di veinticuatro horas. Conocía a Katniss. Necesitaba tiempo y espacio para pensar en lo sucedido. Me mató dárselo, pero lo permití. Solo por un día. Sabía que no era posible ser capaz de entrar en su clase el jueves y verla enseñar sin desmoronarme, así que el miércoles por la tarde, muy agradecido por no tener que trabajar esa noche ya que había reorganizado los horarios, fui
hasta su casa tan pronto como pensé que ella estaría allí. Respondió a su puerta y me miró con sus grandes y adorables ojos de
búho. Cuando abrió la boca, di un paso hacia adelante. Tuvo que retroceder y abrir más la puerta para así dejarme entrar, y lo hizo, sin algún tipo de pelea. La sorpresa pudo haberle impedido tratar de bloquearme el camino. Me parecía bien, porque me hallaba dentro.
Cerrando la puerta tras de mí, sostuve su mirada sorprendida.
—¿Aún no has terminado de volverte loca? Movió su cabeza hacia atrás y hacia adelante.

—No.

—Bueno, ya no voy a esperar más. —Tomando su rostro entre mis manos, añadí—: Lo que estamos haciendo está mal. Que sea algo de una sola vez está mal. Tratar de convencernos de que fue algo de que avergonzarse, sucio y sórdido está mal. Fue el mejor sexo de mi vida, Katniss. Me sentí conectado
contigo, como... no lo sé. No se trataba solo de sexo con una chica cualquiera; sino que compartí algo profundo y significativo... contigo. No me importa cuántas políticas escolares nos digan que no. Yo digo que sí. Inhaló y sacudió la cabeza.
—¿Por qué haces que me resulte tan difícil resistirme a ti?

Maldición, estaba ganando. Mis labios se curvaron en un lado.

—Porque quieres decir que sí tanto como yo quiero que lo hagas.
Un gemido, diciéndome que su voluntad se desmoronaba, salió de sus pulmones.

—Esto va a terminar mal. —Se inclinó hacia delante y posó su frente contra mi pecho.

—Quizás. —Puse mis brazos a su alrededor y le besé el cabello—. Puede que no. —Entonces le di un beso en la mejilla—. Espero que no.
Mirándome, me mostró toda la fe que tenía en mí.

—Yo también. Por fin, la besé en la boca. Sus labios temblaron bajo los míos, así que aflojé la presión hasta que fue ella la que se lanzó a por más. Sus dedos se fijaron en mi pelo. La llevé hacia atrás hasta su sofá y la recosté allí. Había tantas cosas que quería hacer, tocar, ver. El armario no había sido más que una broma gigante. No fui capaz de desnudarla por completo ni saborear sus pezones ni besar la parte interior de su muslo. Planeaba rectificar todo eso en estos momentos. Pero tan pronto como estuvimos en posición horizontal y le sacaba lentamente su camisa sobre la cabeza, un timbre sonó en algún lugar de la parte trasera de su casa. Alcé la cabeza con confusión y miré a mi alrededor. —¿Qué demonios? Debajo de mí, Katniss se rió y se arregló el pelo con los dedos, como para suavizarlos.

—El temporizador del horno. —Se movió para hacerme saber que
tenía que levantarme. Me senté, parpadeando con la idea de un temporizador de horno. En mi
apartamento, nunca se preparó nada en el horno, y desde luego, tampoco en casa. Tuve comidas caseras un par de veces cuando la vecina a tres casas se había apiadado de nosotros y nos invitó. Pero pensar en Katniss preparando una comida casera era... irreal.

—Comida —dije en voz baja cuando mi estómago rugió alegremente con
la idea. Diablos. ¿También cocinaba? Era demasiado bueno para ser verdad—. ¿Qué vamos a comer?

—¿Vamos? —Katniss arqueó su ceja estricta de profesora mientras se
levantaba y alisaba la camisa—. No recuerdo invitarte a cenar.

—Oh, vamos. —Salté detrás de ella y la seguí hasta la cocina como un
cachorro mendigando—. Soy un pobre niño universitario. ¿De verdad vas a rechazar esta cara? —Señalé mi labio fruncido y pestañeé un par de veces. Cuando levantó la mirada y lo vio, se echó a reír.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora