Katniss

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La noche más larga de mi vida pasó en segundos. Treinta mil. Y sentí
cada uno de ellos. No dormí. No comí. Solo me senté en mi sofá, en la oscuridad, preguntándome si hacía lo correcto. Si le decía a Peeta sobre las exigencias de Marci Bennett, él intentaría hacer algo dulce y noble, y quizá haría que lo echaran de Ellamore debido a ello.
Pero me dolió demasiado hacer lo que hice. Si él estaba la mitad de
dolido que yo, entonces esto era un cruel e inusual castigo. ¿Cómo podía
hacerle esto? ¿Cómo le podía hacer creer que no lo amaba después de que me dijo que me amaba primero? Porque yo sí lo amaba, me lo tenía que repetir cada vez que comenzaba a ablandarme. Lo amaba tanto que quería que alcanzara sus metas. Quería que se
graduara de la universidad, que fuera reclutado en la NFL y que tuviera su "vivieron felices para siempre". Iba a lograr cada meta que se propuso alcanzar. Me iba a asegurar de eso. Pero me palpitaba la cabeza mientras conducía hacia el trabajo. También cuando comencé mi primera clase. Me encontraba enseñando introducción a la literatura, cuando la puerta de la sala de conferencias se abrió de golpe, chocando contra la pared.

Un par de chicas en el salón dejaron salir gritos de terror y yo casi me
meé en mis bragas cuando me giré para enfrentar la amenaza. Esperaba ver a algún terrorista portando un arma de aspecto letal o algo igual de dramático. Pero lo que entró tropezando en el salón era mucho peor.

Muchísimo. Peor.

Con la ropa arrugada como si hubiese dormido así, un Peeta  Mellark sin afeitar me dio una gran sonrisa descuidada mientras se dirigía hacia un asiento desocupado en la primera fila.

—Lamento llegar tarde, profesora. —Arrastró las palabras torpemente, y el olor a cerveza irrumpió en el aire cuando pasó junto a mí para desplomarse en el asiento—. Me quedé dormido. —Alzó su dedo pulgar e índice, dejándolos separados por centímetros—. Solo un poquito.

No podía creer lo que veía. —Estás borracho —espeté, horrorizada,
estupefacta y francamente muy asustada. Dios querido, esto iba a terminar mal. El pánico se apoderó de mí, pero me las arreglé para calmarme mientras le lanzaba dagas al hombre que me partía el corazón en dos en la primera fila.

—Shh. —Puso el dedo índice contra su boca—. No diré nada si usted no
lo hace. Podría ser nuestro secretito.

Mientras las personas de la clase se reían disimuladamente, sin tener
idea de a qué se refería realmente, yo palidecí. Lo podría matar por esto. Peeta miró a la chica a su derecha, quien todavía reía tontamente, y su sonrisa se ensanchó, animado.

—Hola, eres bonita. ¿Tuvimos sexo antes? Maldición. Lo iba a matar. Aquí y ahora mismo.

Cuando la chica se sonrojó, riendo un poco más y le dijo que no, él puso la mano sobre su corazón, haciendo un sonido de desaprobación. —Bueno, eso es una jodida lástima. Definitivamente deberíamos salir. —Luego me miró, con burla en su mirada—. ¿Eso le parece bien... Dra. Everdeen?
Eso era todo. Eso era más de lo que yo podía soportar. —¡Señor Mellark!
—le grité, sin ser capaz de controlar mi ira. Mi mano temblaba cuando le señalé la salida—. Salga de mi salón de clases. Ahora. Mismo.

Su sonrisa borracha murió y sus ojos vidriosos se entrecerraron.

—Pero estoy aquí para aprender, profesora. Así que continúe y enséñenos algo útil. Como... como quizás sobre ese tipo Hemingway.
—Con las cejas fruncidas de forma pensativa, sacudió la cabeza—. No. Así no es. ¿Hemingway? ¿Hathaway? ¡Hawthorne! —Chasqueó los dedos, o al menos lo intentó—. Sí. Hawthorne. ¿Por
qué no nos habla un poco más sobre su libro de la letra escarlata? O como sea que se llame. Creo que yo podría verme reflejado con algunos de esos jodidos personajes.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora