Peeta

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—Vamos a salir esta noche.

Era un viernes y ni Gale ni yo teníamos que trabajar. Esta tenía que ser la segunda vez en un mes que habíamos tenido la misma noche libre, y que sea un fin de semana lo hizo aún más raro. Pero yo había estado pensando en ir a la
casa de Katniss. Las veces que lograba pasar toda la noche con ella eran pocas y distantes entre sí. Ansiaba locamente algo de tiempo con mi mujer.

—No puedo —dije, dándome prisa en terminar la tarea que tenía para
historia—. Ya tengo planes. —¿Qué? ¿Vas a ir a la casa de la Dra. Everdeen para ganar tu siguiente
sobresaliente? Dejando de golpe mi bolígrafo sobre la mesa, me puse de pie y lo miré con el ceño fruncido.

—Basta de esa mierda. No vuelvas a hablar de ella de esa manera. Joder, ni siquiera pienses en ella. Tú y yo no vamos a hablar de esto.

—Amigo —con una risa nerviosa, Gale dio un paso hacia atrás y levantó las manos—, sabes que solo estoy jugando contigo.

Mis manos se hicieron puños junto a mis caderas.

—Pues no es gracioso.

—Oye. —De repente serio, Gale se puso la mano sobre el corazón—.
Cuando, y digo cuando, no si, lo que hay entre ustedes dos se eche a perder, vas a poder contar conmigo, hombre. Te proporcionaré todas las cervezas de autocompasión que necesites y te encontraré a la próxima chica rebote. Pero hasta entonces, es mi derecho divino como tu mejor amigo hostigarte con amor tan a menudo como sea posible. Dejé escapar un suspiro largo y cansado. —Así que, básicamente, ¿no te callarás? Él sonrió, amplio e intratable.

—Oh, infiernos no. —Luego se sentó en la silla junto a mí—. Por lo tanto, ¿qué le gusta? ¿Ella te lo hace con las luces apagadas? ¿Arranca un trozo de sábana para adaptarse a tu bestialidad? —En serio. —Lo despedí con un gesto, como si estuviera espantando una mosca molesta—. No vas a sacarme nada. Deberías callarte.

—Pero me estoy muriendo de curiosidad. Esto es grande. Enorme. Y si no puedo hablar al respecto con nadie, tengo que hacerlo contigo.
Gemí. —Dios mío, sálvame. —Recogiendo mi bolígrafo otra vez, traté de volver a mi tarea. Pero mi compañero de cuarto no se detendría. —¿La has visto desnuda? ¿Así como Dios lo trajo al mundo? ¿Tiene un cuerpo decente bajo toda esa ropa o qué? Podría entender eso, ya sabes, que ella oculte sus dones. Apuesto a que se convierte en un maldito animal una vez
que la desnudas. ¡Bam! —Golpeó sus palmas en la parte superior de la mesa—.Tiene aros en los pezones, ¿no? Rodé los ojos.

—No tiene... —Al darme cuenta de que iba a confesar que, efectivamente, había visto sus pezones, rápidamente me corregí con—: ...un aro en el ombligo.
—¿Pero sus pezones? —insistió Gale, acercándose y emocionándose
al tiempo que golpeaba la mesa—. Oh, mierda. Están perforados, ¿no es así? ¡Lo sabía! Maldita sea, eres el más afortunado hijo de...
Lo corté con una mirada fulminante.

—No he dicho que estuvieran perforados.

—Pero no lo negaste.

—No dije que no tenía un tatuaje y no has asumido automáticamente que tiene uno de esos, ¿verdad?

—Oh, diablos. ¿También tiene un tatuaje? Creo que estoy enamorado.
¿Dónde está? ¿En la espalda baja? Apuesto a que es una mariposa.
Con un gemido, traté de concentrarme en mi lección de historia, pero Gale golpeó de nuevo la mesa.

—En serio, corta ya ese maldito estudio. Verte estudiando me da urticaria. Ahora lleva tu culo a la habitación, ponte algo de ropa, y ven conmigo a tomar algo. —Cuando lo miré, sonrió—. No voy a dejar de hostigarte acerca de ella hasta que te comprometas a pasar conmigo esta noche.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora